Columna Maroma
Por Leonardo Salas y Emma M. Oropeza De Anda, integrantes de Maroma: Observatorio de Niñez y Juventud
Dicen que no hay un momento más mágico que sostener a tu bebé en brazos por primera vez: mirarle, sentir su olor, tomar su manita y desear que sea capaz de ser todo lo que quiera ser; que se coma el mundo si le apetece y su vida esté colmada de amor y alegría.
Mi historia, como la de la mayoría de las personas transexuales, inicia en la niñez. Es ahí donde comenzamos a tener conciencia de nosotros mismos, de nuestro cuerpo, de lo que nos gusta y de lo que no, de cómo nos vemos, de cómo nos ven y cómo nos tratan los demás.
Recuerdo bien el momento en que tuve mi primera conciencia, tenía cuatro años, comencé a verme de manera individual, como un ser independiente de mis padres, familiares y amigos de mi edad. Comencé a observar las referencias sociales que se desarrollaban tanto de forma grupal como individual, claro que no tenía estos conceptos para nombrar la realidad, ponía más atención en los adultos que en personas de mi edad y comencé a ser consciente de las diferencias de roles de género que existen entre lo que dicen que es un hombre y lo que dicen que es una mujer. Más tarde, en la carrera de psicología, entendí que esto se llama “expresión de género”.
En esa época, a mis cuatro años, comencé a experimentar dudas. Me sentía forzado, como interpretando el personaje que mis padres querían que yo fuera. Mi madre me puso el nombre Nayeli que en náhuatl significa “te quiero” y por poemas que me hizo mientras estaba embarazada de mi sabía que tenía mucha ilusión de verme y decirme por ese nombre, que para ella era importante, yo no lo relacionaba con una niña era simplemente un nombre, después descubri que solo las niñas se llaman así, lo mismo con la ropa pensaba que había niños como yo vestidos como muñecas por que sus mamás, como la mía así lo querían.
Claramente no sabía qué me pasaba ni quién o qué era. No tenía ni idea de porque sentía esa inconformidad. Lo único que sabía en ese momento era que yo era un niño; tenía claro cómo me gustaba expresarme y cómo quería que los demás me vieran y me trataran, pero por como me llamaban mi madre y mi familia entendía que algo me hacía diferente a otros niños. Jamás pregunté porque me daba vergüenza, yo no veía a otros niños preguntar:
– ¿Mamá por qué me pusiste nombre de niña? ¿Cuándo vas a dejar de poner moños y vestidos? –
Yo siempre me identifique como hombre, porque simplemente así me sentía. A esa edad no tenía idea de que los genitales eran tan importantes como para definir quién soy y cómo debo de actuar. En mi mente tenía muy claro que el percibirme como una niña no se ajustaba a mí, es una sensación muy extraña, el papel o rol que se me asignaba en ese momento, el estilo de ropa que se me imponía, los juguetes y juegos que tenía que compartir con personas de mi edad no eran de mi agrado.
A los seis años las cosas cambiaron, pero a peor, porque conforme crecemos los roles sociales que obligadamente debemos desempeñar para encajar en la sociedad son más estrechos y definidos. Se me comenzó a exigir que fuera más discreto, más delicado, que fuera femenina y una señorita y también comenzaba a ser mal visto el que jugara luchitas o fútbol mientras que a mis primos niños les daban más libertades. Esto comenzó a ponerme triste, a hacerme sentir fuera de mi cuerpo o muy atrapado en él. Para evitar que me vieran mal fingía o me aislaba, pero no dejaba de ser yo.
Recuerdo cuando a mis 29 años le dije a mi madre:
– Soy un hombre y necesito que me ames y me apoyes.
Me dijo:
– Te amo más que a nada en el mundo y siempre te voy a apoyar, pero explicame por qué, no lo puedo creer, pero si jugabas y usabas ropa de mujer y siempre has sido tierna, cariñosa -.
Le dije:
-Traté de hacerte feliz -.
En mi caso, aclaro, sentía como me desgarraba la idea de decirle:
– Mamá, no soy lo que tú esperabas –
Sentía que le fallaría y me daba miedo, porque en mi familia era un tema mal visto. Sobre mi manera de ser pues supongo que no soy el único hombre cariñoso y tierno en el mundo. Le conté que la única vez que pedí un juguete “femenino” con ganas de tenerlo, fue a los 5 años, era una muñeca que lloraba y tenía un biberón con leche. Lo hice porque al igual que mis primas jugaban a ser madres, yo quería jugar a ser papá y llevar a mi bebe al zoológico o al parque, así que sabiendo que no me juzgarían de afeminado o mariquita, porque de hecho esperaban que jugara con ese tipo juguetes “para niñas”, pedí la muñeca.
En mi interacción con niños y niñas me permitía hablar de mí sin temor, entre niños siempre, o casi siempre, podemos ser todo lo que nosotros queramos ser, al menos cuando se hacían juegos de roles, donde yo representaba siempre a un niño llamado Leo, mi nombre actual, por cierto. Pocas veces me cuestionaron por qué siempre quería ser un niño en los juegos, yo me encogía de hombros asustado pensando – Me van a descubrir y seguramente me van a echar de casa -, así que respondía lo más tranquilo que podía – Porque es más divertido -, aunque moría por gritar:
– ¡Es que yo soy Leo, soy un niño!
Un punto interesante aquí, es que en la niñez tenemos menos filtros y podemos despertar un día queriendo ser un dinosaurio y otro un perro, lo cual confunde a muchos padres cuando su hijo habla de identidad:
– ¿Será que está jugando o que es en serio? -, es la pregunta más recurrente que se hacen los padres.
Deben saber que existen especialistas que pueden dar orientación y acompañamiento, pero algo básico es escuchar a sus hijos e hijas sin prejuicios, preguntar sin juzgar, amar y respetar incondicionalmente su existencia, con tanta magia como aquel primer día que le sostuvieron en sus brazos.
Vergüenza y auto censura: quizá, en la narrativa de muchas personas trans estas dos palabras son muy recurrentes, ¿pero de dónde surgen? Bueno, en mi caso, yo jamas le dije abiertamente a mis padres que no era una niña, sin embargo, siempre estuve dando indicios. Quizá, mis padres no lo notaron entre sus múltiples ocupaciones, preocupaciones y sobre todo, bajo la venda o idea socialmente impuesta de que para su bebé sólo hay dos sopas: si tiene pene es niño y lo deben vestir de azul y si tiene vulva es niña y la deben vestir de rosa.
Algunas veces hice preguntas, quería saber por qué me sentía así, y si había más personas como yo, pero las respuestas me dejaban derrumbado completamente:
– Hombre es hombre y mujer es mujer, lo demás son aberraciones y punto final. -.
Recuerdo que a los 7 años una vez tome los calzones de mi hermano, él es algunos años menor que yo, eran feos, pero eran de niño, no tenían esos terribles olanes. Además, quería sentirme libre, sentirme yo. Mi abuela al acomodarme el uniforme me los vio, vi en su rostro mucha confusión y enojo, me dijo que eso no estaba bien, que los calzones que tenía son de hombre y yo no lo era. No estoy seguro que me dolió más, si el que me dijera que no era un hombre o el sentir verguenza por hacer algo que por la expresión de su rostro estaba mal. También me dijo que si lo seguía usando me saldría pene, por lo que a partir de ese momento le robe los calzones a mi hermano, con la esperanza de tener un pene para que entonces me dejaran ser un niño.
Yo nací en 1987, por lo tanto mi infancia fue en los años 90’, una época en donde se seguía delimitando a las personas por su género y las mezclas no eran bien vistas. No había referencia de personas como yo, sin embargo, los juegos infantiles y mi rol en la primaria me ayudaron mucho a mitigar esos pensamientos de tristeza que a veces me hacían sentir derrotado, preso y muy infeliz. Intentaba vestir a mi manera, usaba pantalones siempre con bolsas grandes llenas de canicas, tazos y depende la temporada un trompo o yoyo. Buscaba ropa no femenina, pero tampoco masculina, así tenía contenta a mi madre y ella me dejaba respirar, ser quien soy.
Los juegos físicos eran lo mío, encantados, las escondidas, incluso, las luchas que con locura me encantaban, y aclaro, no es que me gustara pelear, me considero un hombre bastante tranquilo, pero el poder demostrar por un momento que aún con un nombre de niña y cabello largo podía ser tan niño como cualquier otro, rescatar a las niñas en los juegos de roles o que ellas mismas me trataran de manera masculina era algo que me daba vida. Sin embargo, intentaba ponerme freno, mientras más libre me sentía más intentaba esconderme, porque una vez libre volver a esconderme se siente muy mal.
Intente ser lo que querían que fuera para evitar represalias, pero me generaba sentimientos y pensamientos de dolor, culpa y vergüenza, ya que era consciente de que algo no era “normal”, escondido e incomprendido porque no había nadie más como yo. Ocultarme fue desgastante, y no siempre lo logre, algunas veces me llamaron machorra, rarita. En la primaria y secundaria me molestaban otros compañeros de grados más arriba y la mamá de una amiga no me dejo juntarme con su hija, porque decía que yo era lesbiana, no sabía qué era eso pero lo odiaba como odiaba ser diferente.
La palabra transexual es una palabra que no conocía, nadie hablaba de identidad, yo observaba a todas las personas de mi edad y mayores esperando encontrar alguien que viviera y sintiera lo que yo, pero esto no pasaba y nadie de mi edad se cuestionaba porque es niña o niño, y parecía que se sentían cómodos con ello.
En esa época no había referentes de personas transexuales. Recuerdo que cuando tenía diez años en un programa de noticias de Miami sacaron un reportaje de una persona con senos y voz femenina, pero vestida y se expresaba como hombre. Yo me emocione, pense que quiza esa persona era como yo y que podía vivirse como un hombre normal, me preguntaba si era feliz, mi sorpresa fue que dijeron que era una enferma mental, que había asesinado a su amiga porque esta no le quería. Era una lesbiana, una mujer trastornada. Esas palabras se me quedaron muy grabadas, no sólo no le reconocían como hombre aunque para mi lo era, es que también era una persona mala y yo no quería ser como ella. Esta noticia me genero mucha inseguridad y rechazo contra mí mismo, así como poco a poco depresion.
Para la mayoría de la gente la identidad es vista desde la genitalidad. Otro momento que marcó mi vida fue una tarde en donde regrese de la escuela. Tenía diez años, mis hermanos, dos mujeres y dos hombres, todos más pequeños que yo, estaban jugando en calzones y yo aproveche para hacer algo que hacen los hombres, estar sin camisa, y me puse a jugar con ellos así, sin camisa. Llegó mi madre y me tomó del cabello, se quitó el cinturón y me golpeó varias veces, me dijo que nunca quería volver a verme así. Me gritó que no soy hombre, los hombres tienen pene son masculinos, que yo jamás podría dar lo que un hombre.
En ese momento totalmente avergonzado me prometí esconderme y jamás volver a cuestionar quién soy. Así viví muchos años hasta que entendí que era mi vida y que si yo no luchaba por mí y me permitía vivir nadie lo haría, a mi alrededor todos comenzaron hacer sus vidas, se casaron, mis padres tenían sus vidas hechas, ¿y la mía?. El mejor día de mi vida fue cuando decidí ser libre. Actualmente mi relación con mi familia es buena, todos llevamos bien el tema y me siento más cercano a ellos.
Los autores de este texto no pretendemos otra cosa que sensibilizar, quizá, en algunos casos acompañar a la distancia, a madres y padres que de repente se encuentran con la situación de que su hijo o hija no es quienes ellos esperaban. A pesar de vivir momentos de fuerte lucha por la igualdad sexual, la niñez trans es una niñez juzgada, a quienes se le niega la voz y la libertad de ser todo lo que quiera ser, a quienes se les rechaza por preferir pintar princesas y sirenas y no coches o súper héroes, a quien se aísla por disfrutar del fútbol y las luchas en lugar de jugar a maquillarse.
Entendemos lo difícil que puede ser, el temor que suscita pensar que su hija o hijo pueda ser juzgado y discriminado por el simple hecho de ser quien es, pero reconocemos que el primer gran error, quizá el más doloroso y el que determina nuestra vida es sufrir la falta de apoyo de aquellos que amamos y que dicen querernos sin medida.
Estamos seguros de que detrás de un niño o niña trans que se vive y se expresa en libertad existe toda una red de apoyo, de amor y respeto a su existencia y esa red es para nosotros una red de verdaderos super héroes que queremos que se extienda hasta que no sea necesario que nadie jamás tenga que explicar quién es más allá de sus genitales.
Como padres traemos al mundo a personas libres y desde el primer momento esperamos que vivan vidas largas y felices, que puedan realizar sus sueños y metas, que sean respetados y amados tal cual son. Los autores de este texto entendemos que antes que padres somos personas y fuimos educadas con ciertas creencias y bajo paradigmas que es complicado romper, más aquellos que involucran temas tabú. Sin embargo, en manos de todos nosotros está la responsabilidad como padres, hermanos, maestros, médicos, abogados, psicólogos, compañeros de clase, etc., de ofrecer una vida digna de aceptación y amor a nuestros niños y niñas trans.
Todo el amor y todo el respeto a la existencia de todas las personas.
Columna
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