En este artículo Rodrigo Santiago, activista en Tehuacán, relata cómo los y las trabajadoras de la maquila se han adecuado a la crisis laboral y económica cosiendo cubrebocas sin librarse, como siempre, de abusos patronales: disminución de salarios, despidos injustificados y “paros técnicos”
Por Rodrigo Santiago Hernández
A la memoria de Reyna Ramirez
Colectivo Obreras Insumisas
La pandemia de COVID-19 ha precarizado aún más la vida de los y las trabajadoras de la confección de la región del valle de Tehuacán de formas diversas.
Mientras algunas personas se han quedado sin empleo y han tenido que recurrir a la venta de productos, bebidas o alimentos elaborados por ellas y sus familias, otras mantienen sus trabajos pero con la mitad de su sueldo, y hay quienes están cosiendo cubrebocas ya sea para empresas grandes o en pequeños talleres.
Quienes están fabricando cubrebocas para maquilas reciben entre 50 y 30 centavos por pieza y sacan entre 200 y 300 pesos semanales, lo cual, dicen, “es mejor que nada”.
Un caso documentado por Reyna Ramírez, de la colectiva Obreras Insumisas, es el de una maquiladora que cerró ante la contingencia despidiendo sin liquidación a las 60 trabajadoras, argumentando que era una “situación nacional” y que no podía pagarles.
Una semana después las recontrató, sin reconocer su antigüedad, para que cosieran cubrebocas pagándoles 30 centavos la pieza; así que para sacar su semana “normal” de 900 pesos tienen que coser mínimo 3 mil cubrebocas, lo cual representa un aumento en su trabajo por menos sueldo.
Lo cierto es que desde las maquilas más grandes, como Hera, instalada en lo que fue Vaqueros Navarra, hasta las empresas medianas y talleres informales o familiares, están cosiendo cubrebocas bajo diferentes tipos de estándares, los cuales no son necesariamente los más adecuados para un mercado tanto formal como informal.
Si alguien sabe de cubrebocas son los trabajadores de la maquila; son parte de su indumentaria diaria para intentar filtrar la micropelusa que pulula en el ambiente, sin mucho éxito.
Desde hace más de 30 años se han registrado casos de trabajadoras y trabajadores de la costura con enfermedades crónicas en las vías respiratorias y en los pulmones.
En su viacrucis clínico ante el IMSS, en el mejor de los casos, o en clínicas privadas, muchas personas terminan en incapacidad permanente o mueren. Ni qué decir de quienes trabajan en las lavanderías y talleres de lijado y potasio, donde además de la polución por pelusa están expuestos a agentes químicos de alto riesgo.
Estas trabajadoras y trabajadores se llevan la peor parte de la industria de la moda. Los acabados finales que son dictados por las tendencias internacionales y que pueden realizarse lo mismo para un pantalón de 180 dólares, que uno de 100 pesos en el tianguis, han mellado su salud alrededor del mundo.
Es paradójico que los trabajadores y trabajadoras de la maquila estén fabricando cubrebocas con una salud precaria –y sus vías respiratorias se vean afectadas por sus condiciones laborales– como una opción de sus centros de trabajo para enfrentar una crisis económica provocada por una enfermedad que justo afecta donde son más vulnerables: los pulmones.
Los abusos de siempre
En esta región, cuya actividad económica es mayoritariamente maquilera, hay centros de trabajo que varían en tamaño y capacidad de producción. Los más grandes y que se agrupan en consorcios, como PL y el que fuera Grupo Navarra, emplean hasta 15 mil personas; pero alrededor de otras 60 mil trabajan en empresas medianas, chicas y talleres en casa.
Fábricas grandes como Top Jean o Mazara, que emplean aproximadamente a 2 mil 500 personas cada una, mandaron a sus empleados a descanso desde el 6 de abril, dos semanas después de que el gobierno federal decretara la Jornada de Sana Distancia.
La decisión fue unilateral, como los llamados “paros técnicos”, los cuales por ley deben ser consensuados con la parte trabajadora pero siempre son decisiones de la patronal para reajustar su producción a costa de los salarios.
En esta ocasión, el “paro técnico” no era por contracción económica en los mercados para los cuales producen, o una crisis interna, sino algo peor: una pandemia que ya está causando una recesión económica mundial cuyo mayor impacto, como siempre, recaerá en las trabajadoras.
Estos cierres temporales o “paros técnicos” son el antecedente de lo que los y las trabajadoras presienten: no habrá trabajo e incluso desaparecerán maquilas o talleres después de la contingencia.
En las empresas medianas y pequeñas donde los parámetros de acción no son los mismos, no tienen contratos con marcas reconocidas o de exportación y su mercado es el nacional, las cadenas productiva y de venta han sufrido una fuerte caída.
La informalidad
La informalidad laboral es prácticamente una normalidad en el flujo económico nacional y no podía ser de otro modo en las maquiladoras de la región del Valle de Tehuacán, donde las y los trabajadores carecen de las más mínimas garantías de salud y seguridad social, derechos laborales y están en constante rotación.
La habilidad de la mano de obra se ha ajustado a las exigencias del mercado, a diferencia de la época del boom de la maquila donde cada quien cubría un paso diferente, ahora es cada vez más frecuente que casi todas las personas dominan varios pasos.
La rotación y la informalidad les dio esa pequeña ventaja que les permite colocarse rápidamente en otro taller. La paradoja: tienen más especialización pero más precarización.
Hasta la segunda semana de contingencia algunas trabajadoras conservaban el trabajo formal o informal de los cubrebocas o alguna poca producción de mezclilla; pero otras situaciones son totalmente abusivas, donde el patrón saca mayor ventaja de la contingencia.
Dado que la informalidad está normalizada, muchos trabajadores y trabajadoras no consideran denunciar las violaciones a sus derechos laborales ante las Juntas de Conciliación y Arbitraje, además de que en estas dependencias no están trabajando plenamente y las guardias no siempre cumplen sus turnos. Sin embargo, sí hay muchas denuncias en las redes sociales y en medios electrónicos.
La Secretaría del Trabajo habilitó un número telefónico para presentar quejas y denuncias laborales, pero aún no es medible su efectividad.
Los sindicatos no operaron en favor de los trabajadores y trabajadoras en estos cierres y “paros técnicos”. Los que antes eran de afiliación priista ahora se han sumado a la Cuarta Transformación, pero no hicieron pronunciamientos públicos sobre las medidas patronales ante la contingencia.
El oportunismo de la maquiladora Rivainz
Un ejemplo claro del abuso es el de la maquiladora Rivainz, propiedad de Nissim Tourkya quien, por tener su propia marca y tiendas de venta de sus pantalones, pudo mantener su intensa producción, debido a extenuantes jornadas laborales.
De acuerdo con diversos testimonios, los y las trabajadoras fueron presionados para trabajar jornadas completas incluso durante esta contingencia pero con medio sueldo, y bajo la advertencia de que quien no quisiera “se iba a descansar la cuarentena”, pero sin garantía de que tuviera su empleo al regresar.
Lo que sucede en Rivainz se repite en muchas maquiladoras, pero es mucho más visible en las ubicadas en Altepexi y en Ajalpan. Aquí hubo una especie de boom regional en los últimos 10 años que disparó el número de maquiladoras grandes y medianas, talleres familiares, informales (clandestinos).
En Ajalpan no hay ONGs que representen a los obreros y obreras, ni sindicatos democráticos; lo que sí hay es un número muy alto de menores de edad trabajando y malos tratos por parte de los patrones.
Aunado a la proletarización de estas comunidades campesinas, se suma la problemática de la ruptura de los tejidos sociales, un altísimo índice en el consumo de drogas duras como el cristal (metanfetaminas) y alcohol entre los trabajadores más jóvenes de la maquila, situaciones que contrastan con sus comunidades rurales que aún mantienen importantes actividades agrícolas.
Subsistir en la pandemia
Las trabajadoras y trabajadores que se quedaron sin empleo, o tienen medio sueldo, están recurriendo a la informalidad para subsistir mediante la venta de productos, bebidas, alimentos o incluso cubrebocas que ellos mismos fabrican en sus casas o talleres familiares.
Han retomado estas opciones, que eran recurrentes en algunas temporadas de baja producción, como alternativa para subsistir.
Es común ver que las familias se organicen para la comercialización de papas, botanas o dulces que salen a vender sus niños y jóvenes con la protección de apenas un cubrebocas, y con la actual complicación de que las autoridades están restringiendo la afluencia de personas en lugares públicos, como parque o mercados.
No obstante, también se han observado prácticas espontáneas de solidaridad. Ante la prohibición de que las canasteras del mercado del centro de Tehuacán vendan recaudo y verdulería, como usualmente lo hacían, han decidido regalar la mercancía a familias de trabajadoras, y a la vez hay obreras que regalan cubrebocas en las calles, en medio de una pandemia que las tiene sumidas en incertidumbre, desempleo y una sensación de extraña esperanza.
La excepción a la regla patronal
Hay un caso excepcional de Camisa y Diseño, una maquiladora mediana, de aproximadamente 300 empleados, que mandó “a descansar” a sus trabajadores con cuatro semanas de sueldo pagado por adelantado y una despensa, un caso que además se viralizó en redes sociales con el video de un emotivo discurso del patrón dándoles un mensaje solidario a sus empleados.
Algunos acusaron al patrón de ser parte de una campaña política o de simple marketing, pero el hecho es que es la única maquiladora de la que se tiene registro que paga sueldos completos durante la contingencia.
* El presente texto es parte de un proyecto de documentación y monitoreo de los derechos humanos y laborales de las trabajadoras de las maquilas ante el COVID-19, en colaboración estrecha con Reyna Ramírez Sánchez del Colectivo Obreras Insumisas