Columna Maroma
Por Karina Casillas, integrante de Maroma: Observatorio de Niñez y Juventud
“La casa es del tamaño del mundo, la casa es el mundo”
La casa de Asterión – Jorge Luis Borges.
Vivimos con mi abuela. Mi mamá, mi hermano que apenas aprende a caminar y yo. La casa tiene el tamaño como de dos o tres salones de clases, apenas estoy aprendiendo sobre los espacios; pero no hace tanto calor como en la escuela, porque aquí no somos tantos. Nuestra casa tiene un patio que mide como la mitad de un salón de clases, ahí mi abuela tiene un montón de pájaros de muchos colores que cantan distinto cada vez. A veces cantan más fuerte o más largo. Mi abuela dice que es porque tienen hambre o calor.
– ¿Y cuándo cantan bajito?
– Es porque me están dando las gracias.- Me contestó mientras les ponía su alpiste.
Hoy pienso averiguar a cuántos salones de distancia está la escuela de la casa, por eso vengo contando los pasos con la mirada al piso, 55… 56… 5… se me desconcentra la cabeza, en el piso hay un pájaro, uno herido, con un ala chueca. Pienso siempre en los pájaros de mi abuela, pienso que con ellos podría estar mejor, lo tomo entre mis manos, camino más deprisa, olvido los salones, pero creo que camine como tres más a la velocidad de uno.
Esa tarde a la hora de la comida el silencio era mucho, hasta pensé que había hecho algo malo. Mi mamá y mi abuela se miran entre ella y yo no entendía nada. Sólo repasaba en mi cabeza si había hecho alguna travesura, o si les molestaba tener un nuevo integrante, por lo del pájaro, pensaba.
– Ya no podrás ir a la escuela, tomarás tus clases aquí- Me dijo mi mamá mientras se llevaba un bocado a la boca.
– ¿Pero… cuántos días?
– No sé.
– ¿Son como vacaciones?
– Más o menos.
– ¿Cuántos días?
– No sé.
– ¿Y los demás niños también?
– Sí.
– ¿Y por qué?
– Ana, deja de hacer preguntas. No sé, ni siquiera yo sé.
Me levanté de la mesa, me fui al patio. A veces los adultos nos hacen pensar que hacer preguntas está mal. Seguía con las preguntas en la cabeza mientras instalaba al pajarito que había encontrado. Lo deje en la jaula y cantó fuerte y largo. Recordé a la abuela y le di de comer.
-Mira abuela lo que encontré, tiene mala una alita chueca. Pese que podíamos ponerlo en una de las jaulas.
– Podemos curarlo, pero ese pájaro no pertenece aquí. Cuando se cure tendrá que irse. Mire al pájaro. No sé porqué mi abuela no quería tenerlo aquí.
-¿Abuela por qué no podemos regresar a la escuela?
-Porque hay un bicho que nos puede hacer daño.
-¿Cómo una araña?
-No, más chiquito. Se nos puede meter por la nariz y por la boca. Te da tos y mucho calor. -¿Y tus pájaros abuela?
-A ellos no les da, sólo a las personas, por eso no podemos salir de casa.
Los días pasaban muy lentos y largos como diez o doce salones de clase. Ya me había cansado de rebotar el balón contra la pared de mis clases matutinas, para las que mi mamá insistía me peinara. Y es que no era lo mismo hablar con Miguel, mi compañero de clase, por la computadora. No podemos hacer el saludo secreto donde chocamos las dos palmas y luego nos damos un tope con la cabeza. Ya ni me gustan las computadoras, antes eran divertidas, pero ahora estoy enojada con ellas. Ni siquiera he visto a mi papá porque vive como a cuarenta salones de clases de aquí. Extraño a Miguel, a mi papá y siento que la casa creció como dos salones más, porque me siento chiquita. Tengo miedo de que el bicho se le meta por la nariz a mi abuela, o a mi hermano, o a mi mamá, o Miguel, o cualquier persona. Quiero que el bicho se vaya.
Me duele el pecho y no dejo de temblar. Se me salen las lágrimas solas, me hago bolita y lloro. Sólo quiero salir, contar cuántos salones hay de la escuela a la casa y abrazar a mi papá. Me siento rara, aburrida y lloro mucho. Sé muy bien que no es un berrinche.
Hace tres días que el pájaro que traje a la casa no deja de cantar largo y fuerte, pero no es de hambre, levanto la cabeza con el dolorcito en el pecho y miro al pájaro.
-¿Tú también me vas a decir cosas porque lloro?- El pájaro se detuvo y por un momento ya no me sentía tan sola – ¿Tú también estás llorando?-
Recordé que mi abuela me había dicho que ese pájaro no pertenecía aquí, quizá él también tenía ese dolor en el pecho o un saludo secreto con un amigo. Abrí la jaula y respire; salió volando, sacudió sus alitas y me canto lento y bajito, como dándome las gracias. Lo vi que se iba y con él mi dolor en el pecho – Salúdame a mi papá y a Miguel- Le grité, mientras salían mis últimas lágrimas. Rebote el balón unas cuantas veces más y llegó la hora del baño.
Los días siguen pasando y aún no sabemos cuándo volveremos a clases, pero Miguel y yo inventamos un saludo secreto a distancia por la cámara, llegué a un acuerdo con mi mamá y un día a la semana puedo esta en clases despeina o con un peinado divierto. A veces cuando estoy en el
patio escucho un canto largo y bajito, el pájaro viene a contarme cómo está allá afuera, y si el dolor regresa, silbo largo y bajito.
Columna de Maroma: Observatorio de Niñez y Juventud
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