La Quinta Brigada Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas en el norte de Veracruz reconstruye la historia de la violencia criminal en la localidad
Texto y fotos: Heriberto Paredes
TIHUATLÁN, VERACRUZ.- “Llegaban aquellos con relojes caros, dinero, buena ropa, carros, armas, droga, y eso atrajo mucho a los jóvenes de esta región para irse con ellos”, relata un testigo anónimo originario de la comunidad de Adolfo Ruiz Cortines, antes Aguacate, en el estado de Veracruz. “De muchos ya no se supo nada, de otros se sabía que los habían matado, pero no se sabía dónde y los que tuvieron suerte regresaron en cajones para ser enterrados aquí”.
Tratando de rearmar la historia local de la violencia, muchos de los testimonios recopilados, apuntan a que, en este corredor de Tuxpán, Poza Rica y Papantla hubo un reclutamiento masivo de jóvenes entre 2005 y 2008. “Incluso uno de los muchachos que luego fueron detenidos en Guatemala, cuando le preguntaron de dónde era, mencionó una colonia de esta región y la volvió tristemente famosa”, cuenta una señora que accede a compartir su palabra. Este es el escenario donde continúa su segunda semana de trabajo la Quinta Brigada Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas.
El domingo 16 de febrero de 2020, el eje encargado de trabajo con las iglesias, parte de la labor que desarrolla la Brigada, trasladó a una comisión para acompañar una celebración religiosa. La parroquia de Santiago Apóstol lucía llena y al final mostró enorme solidaridad con la presencia de algunas madres que compartieron sus testimonios de búsqueda.
Luego de la ceremonia, el padre Seferino Olmedo Olmos aseguró que ahora la comunidad y la región permanecen en tensa calma pero que no es como hace tres años, cuando los dos padres que se encargaban de las 32 comunidades de la parroquia fueron asesinados por miembros de los Zetas.
“Hace como 8 años había mucha violencia, la gente tenía temor porque se sabía que metían a la gente en tambos y los desintegraban, los Zetas entraban a las casas y atemorizaban a la población. Luego vino el asesinato de los padres”.
Estos son episodios de la historia fragmentada de la violencia organizada, que todavía está por escribirse. Poco a poco las personas van perdiendo el miedo a hablar de lo que han visto o vivido, en gran parte porque la Brigada Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas no sólo se ha enfocado en buscar, sino que se ha preocupado por reconstruir el tejido social.
“A los tres días de haber llegado a esta parroquia, fui víctima de un atentado de secuestro, que no pudo llevarse a cabo porque el vehículo en el que me querían trasladar no arrancó de pronto y me dejaron ahí, se desesperaron”, finaliza el padre Olmedo con una voz pausada, la misma con la que da los sermones cada domingo.
“Mi hijo se fue con los malos”
El campesino Román, de piel morena y curtida por el sol, es el guía durante una parte del día. Es originario de una de las comunidades de este corredor que ha sido duramente golpeado por la violencia y en la cual las posibilidades de encontrar restos humanos o fosas clandestinas se complejiza.
Desde que la Brigada empezó su búsqueda, se ha encontrado con dificultades para recolectar restos humanos. Aquí el modus operandi de los Zetas era no sólo desaparecer personas, sino desintegrar sus restos. “Aquí no sólo desaparecían a las personas, las borraban completamente”, comenta Mario Vergara, uno de los buscadores con más experiencia y que está preocupado por este nuevo umbral de dificultades a las que se enfrentan los colectivos de búsqueda.
“Tiene como 10 años que no sé nada de mi hijo, él pertenecía a un grupo de oración, era un muchacho transparente, sin vicios, pero un día se fue a trabajar a Reynosa, donde vivía su hermana mayor y ella fue la que me dijo que andaba de halcón. Luego vino de visita a la casa, no avisó y no traía nada de cosas, nomás un buen teléfono. Se estuvo un tiempo y cuando lo vi lo abracé como su padre que soy”, relata pausadamente don Román.
Tras lo que varios apuntan a que fue un periodo de reclutamiento, la violencia aumentó en la región, sobre todo las extorsiones y el cobro de piso. Como organización criminal, los Zetas desarrollaron una estructura que les permitió funcionar con mucho poder en los territorios que controlaban, siempre bajo el contubernio de funcionarios y policías municipales y estatales.
A pesar del control que tenía, sin embargo, esta organización optó por borrar los restos de sus enemigos y de aquellos que trataban de escapar de su control o que desobedecían sus lineamientos. “Al entrar a varios pueblos colgaban a jóvenes muertos afuera de las escuelas”, explica don Ramón mientras señala un poste alto justo afuera de una secundaria. “Pero en otras ocasiones los colgaban de los palos de mango más altos y los rociaban de diésel, les prendían fuego y luego aquellos se ponían a tomar”.
El hijo del campesino contó a sus amigos que en Reynosa se dedicaba a quemar gente para que no quedara nada, de ahí que lo empezaran a llamar ‘El Rosticero’. “Sus amigos me contaron lo que les dijo, a su familia nunca le dijo nada, un día recibió una llamada y se fue sin despedirse, y desde entonces no sé nada de él, aunque presiento que está vivo, pero no lo sé. Aunque mi hijo se fue con los malos yo estoy bien con él”.
Campo de adiestramiento
Este 17 de febrero de 2020 la Brigada continuó la búsqueda en campo en algunos puntos localizados en el ejido La Antigua, municipio de Tihuatlán. Un informante anónimo dio su testimonio sobre lo ocurrido en este ejido: “Lo que había aquí era un campo de adiestramiento, había más o menos un centenar de personas controladas por tres jefes. Eran personas jóvenes como de 20 a 25 años y no sólo había hombres, había mujeres, a todos les pegaban con tablas si no hacían lo que les ordenaban, sus gritos se escuchaban a lo lejos”.
En octubre de 2014 un enfrentamiento entre Zetas y Ejército dejó al menos dos personas muertas de parte de la organización criminal. Días después, autoridades realizaron al menos dos diligencias en donde se procesó la información de dos fosas. Se encontró un cuerpo en cada una. Esto ocurrió el 8 y el 24 de octubre de 2014 respectivamente.
Parte de la evidencia fue puesta de regreso en una de las fosas. En esta jornada de búsqueda, la Brigada se encontró con estas evidencias, por lo que le pidió a los peritos de la ahora Fiscalía General de la República (FGR) que llevaran a cabo la diligencia correspondiente para integrar esta evidencia a la carpeta de investigación.
Poco más adelante de este lugar, los brigadistas encontraron una construcción que según el relato del informante es parte del campo de adiestramiento y que en 2014, se halló un arsenal, del cual no se dieron más datos. Con muestras de severo abandono, en el lugar se encontraron alrededor de 10 prendas de ropa de mujer y hombre acompañados de calzado y de recipientes de fertilizantes y químicos.
Tras el esfuerzo de algunas madres de personas desaparecidas que integran la Brigada, fueron localizados dos restos óseos, uno de ellos descartado por ser de un animal, sin embargo, el segundo resto no logró ser descartada por antropólogos forenses presentes, aunque no se recogió formalmente.
La ropa fue registrada fotográficamente por la Brigada para ser usada a manera de álbum y que las y los buscadores puedan revisarlas y determinar si esta ropa pudo pertenecer a alguno de sus familiares.
Al final de la jornada de búsqueda, lo que se pensó que fue el hallazgo de una fosa con restos desconocidos se convirtió en una fosa previamente procesada, en la cual se encontraron los restos de una diligencia: 2 trajes tyvex, cubrebocas, guantes de látex, cinta amarilla para acordonar. Sin embargo, también había botellas de plástico, una lata de cerveza y una cazuela de peltre con 3 perforaciones. No se tienen datos previos de la existencia de este enterramiento ni de quién lo realizó.
“Nosotros tratábamos de seguir cultivando naranjas y de trabajar nuestras tierras, pero llegó un momento en que los Zetas nos ordenaron que no dijéramos nada, aunque no entraban mucho al pueblo, cuando lo hacían nos recordaban que no debíamos ir hasta ese punto o no decir nada”, finalizó el testimonio anónimo.
Lo que han arrojado las búsquedas recientes de la Brigada es la dificultad para integrar la evidencia contextual a las investigaciones, ya que para las autoridades de la FGR y de las comisiones de búsqueda estatales y a nivel nacional, no aceptan como evidencia aquello que no sea restos óseos humanos u objetos que tengan abiertamente huellas de sangre.
La Brigada trabaja hoy en un contexto complejo, donde el resultado de la violencia en ocasiones ha implicado la eliminación completa de los cuerpos de las víctimas, tras su asesinato y desaparición, a partir del uso de fuego o químicos. El reto aquí es leer el terreno, tanto como el contexto, de una forma distinta, con mucho más detenimiento mientras. Continúan luchando para que las autoridades comprendan que en ocasiones la muerte no tiene un cuerpo que la represente.
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