Los fotoperiodistas son, la mayoría de las veces, quienes más se arriesgan para registrar y capturar con su cámara el nivel de violencia que se vive en México.
Los conocemos por sus fotografías, pero es poco lo que sabemos de ellas y ellos, de su experiencia, de su estar ahí y de su arriesgar, a veces, la vida en la búsqueda de la imagen que permita crear una memoria y un registro visual de este nuestro doloroso presente.
Testigos Presenciales nos permite saber quiénes son ellos y de qué manera afrontan su trabajo periodístico; es una oportunidad para apreciar su trabajo fotográfico a través del sentido y justificación que le dan al mismo.
En esta primera entrega, el trabajo del fotoperiodista poblano: Pedro Pardo.
Un proyecto periodístico de Nuestra Aparente Rendición y ZonaDocs.
Idea original: Hector Guerrero/@mexhector y Darwin Franco/@darwinfranco
Mónica González
“Hay que retratar las consecuencias del dolor,
no únicamente su violencia”
Fotoperiodista. Ciudad de México..
Pie de Página.
Fotografías cortesía: Mónica González
Por Darwin Franco Migues/@darwinfranco
Las pulsaciones del dolor son múltiples, su geografía extensa y las imágenes que nos arroja sobre la violencia que vivimos forman parte de un performance que se retrata sin pensar en las consecuencias o en las víctimas, presentes y ausentes, en la fotografía. Esto lo aprendió Mónica González Islas en su travesía sobre una motocicleta que la llevó a cubrir la nota roja en la Ciudad de México y el Estado de México, pero mucho más en su recorrido a pie junto con las cientos de víctimas que, en 2011, se conjuntaron alrededor de la Caravana por la paz con justicia y dignidad que encabezó el poeta Javier Sicilia.
La Caravana marcó a Mónica González, pero mucho más esa escena que vivió en el estado de Durango cuando detrás del convoy observó a un niño caerse con un gran cuadro. Al levantarse, éste llevaba en sus decididos brazos el retrato de su padre, el cual había sido asesinado. Su pequeño hijo, de nombre Fernando, se había acercado a la Caravana en búsqueda de justicia. Ahí todo cambió para ella.
Mónica entendió que no podía seguir retratando la violencia como hasta entonces lo había hecho. Reflexionó sobre lo que el niño pudo haber sentido al mirar a su padre retratado de esa manera en el periódico. Sintió esa necesidad de cambio y decidió no fotografiar más el empoderamiento del victimario:
“Uno como fotógrafo tiene que romper esa inercia e irse a las consecuencias de los hechos para contar en la imagen: ¿Quiénes son las víctimas? ¿En qué condiciones las están dejando? y ¿Qué están haciendo éstas para salir para adelante?”, narró Mónica,
Quien encabezó uno de los proyectos audiovisuales que con más dignidad enmarcan la memoria de las víctimas de la llamada guerra contra el narcotráfico que sufre México desde el 2006: “Geografía del Dolor”.
Éste inicialmente surgió como una apuesta fotográfica donde Mónica González otorgó a los familiares de las víctimas una postal de la ciudad donde radicaban. Al entregárselas les pidió dos cosas: contar lo que había pasado (su historia) y dejar un mensaje a su ser amado ausente-presente. Esta postal, alejada por oposición a las imágenes positivas que originalmente contenía, se acompañó de la fotografía del familiar con el retrato/imagen de su ser querido asesinado o desaparecido. Juntas formaban un tríptico poderoso y revelador de las nuevas postales de este México que, a la vez, es violento y solidario.
El proyecto, al igual que Mónica y el corazón que mueve sus fotografías, fue evolucionando hasta convertirse en un web documental transmedia que cuenta y documenta 13 historias, que sucedidas en igual número de estados, evidencian la verdadera situación y dimensión del holocausto que está (y sigue) sucediendo en México.
Sin embargo, Mónica no hubiese llegado al centro de dicha geografía sin la reflexión que previamente le dejó su cobertura fotográfica de la nota roja.
Ser mujer, ser fotoperiodista.
Como fotógrafa, Mónica aprendió a surcar la noche y los riesgos montada en una motocicleta. Con su compañero, capitán del vehículo de dos ruedas, comenzó a registrar el incremento de la violencia en municipios como Chalco, Chimalhuacán y Ecatepec, pertenecientes al Estado de México, y en delegaciones como San Juan de Aragón en el entonces Distrito Federal (ahora Ciudad de México). Lo que más le tocó presenciar, en ese entonces, fueron ejecuciones y feminicidios.
De su cobertura periodística aprendió rápidamente dos cosas: La información que se cubre sobre hechos violentos no siempre se publica porque es más importante mantener la percepción gubernamental de seguridad, y los feminicidios se invisibilizan porque ni a la prensa ni al gobierno le interesa lo que está pasando con las mujeres.
A ella, y no sólo por ser mujer, le interesó lo que ocurría con los feminicidios en el Estado de México. Ella se daba cuenta de que los asesinatos de mujeres no sólo eran los más cruentos sino también los menos investigados y/o reportados. En una ocasión, recuerda, le tocó cubrir la ejecución de 18 personas en Chalco.
Al llegar al lugar, le impactó el fuerte operativo policíaco, al cual le veía sentido para preservar la escena del crimen; sin embargo, éstos se montaban para ocultar lo que estaba ocurriendo en el Estado de México, en tiempos en que aún gobernada, Enrique Peña Nieto.
“Con motivo de silenciar todo no te dejaban laborar… yo estaba muy indignada porque no nos dejan hacer las cosas y porque los otros medios no le querían entrar a la cobertura. Ese día sin darnos cuenta se nos vinieron los policías encima y como mujer me agarraron primero, yo tenía a un policía trepado en mi espalda queriéndome quitar la cámara; sin embargo, yo aprendí de los de Green Peace a tirarme al piso, como una medida de seguridad, para que el policía me cargara a mí y al peso de la cámara, y así no me la pudieran quitar.
Recuerdo que en esos momentos sólo escuchaba a “El Verde” y a Víctor, fotoperiodistas de la nota roja, gritarme que no les soltara la cámara… después nos dimos cuenta de que eso era una táctica del gobierno, pues primero te la quitaban y después te la mandaban pagar. Así era en el Estado de México, te destruían la cámara y después llegaba alguien a tu medio muy apenado diciendo: -¿Qué te pasó? ¿Estás bien?, te pedimos una disculpa-. Todo era muy diplomático, como lo era todo en tiempos del PRI, pues primero te agredían y luego te pagaban los daños”.
Mónica salió bien librada de la agresión policial en Chalco porque fueron las propias mujeres de la comunidad las que salieron a su defensa. Ellas arremetieron contra los policías para que le permitieran hacer su trabajo.
“Al ver que se trataba de una chava, la gente se les vino encima a los policías; las señoras gritaron y se hizo todo un show, pero más que con la agresión yo me quedo con lo que esa vez me dijo la gente: –Aquí diario hay ejecuciones y los pinches policías no quieren que esto salga en los medios-. Esas mismas señoras que me defendieron me señalaron donde aventaban los cuerpos en el canal de Chalco”.
Yo haciendo mi cobertura informativa, tomando mis fotografías, ese día, vi a dos chicas con una sobrecarga de violencia. Sus cuerpos estaban junto con los otros ejecutados, en fila, amarrados de las manos y con un tiro de gracia en la cabeza, pero las dos chicas, además, tenían los pechos cercenados y eran los únicos cuerpos desnudos. Eso me pegó mucho por ser chava, así que regresé a casa sacada de onda. Mandé mis fotos y no salieron. Todo eso me movió mucho porque yo ya había ido ahí, me peleé, me arriesgué y parecía no importarle a nadie”.
Esas mismas escenas de violencia contra la mujer también las observó en el municipio de Chimalhuacán donde en una cobertura miró cómo el cuerpo sin vida de una mujer era tratado sin el más mínimo cuidado por personal de los servicios médicos forenses.
“Aparte de ser mujer y ejecutada, esa chica pasó a ser una desconocida porque los registros periciales no se hicieron de manera adecuada. En ese momento, me dio coraje porque quienes saldrían en la prensa serían los otros chicos que a la vuelta del lugar fueron acribillados, pero no está chica que murió sin que supiéramos nada de ella”.
De acuerdo al Observatorio Nacional del Feminicidio en el Estado de México, el 95 por ciento de los feminicidios quedan en la impunidad. Y esto lo supo perfectamente Mónica porque muchas de sus coberturas fueron invisibilizadas por la autoridad y por el medio en el que entonces trabajaba. Por ello, es que decidió documentar los feminicidios en el Distrito Federal, pero principalmente en el Estado de México.
Durante esa cobertura y en una madrugada, también la colocó de frente a su propia vulnerabilidad.
“En mi cobertura sobre el tema de los feminicidios, un día me tocó ir a la Segunda Sección del Bosque de Chapultepec, pues se reportó el homicidio de una mujer. Ese día, el motociclista de Milenio tenía descompuesta la moto… así que me fui sola, pero quedé de encontrarme ahí con algunos colegas. No los encontré porque era de madrugada, así que decidí llegar sola al lugar. En eso llegaron los peritos forenses y uno de ellos me preguntó: -¿Qué haces aquí?-, yo le contesté que iba a laborar y que era mi chamba estar ahí, a lo que respondió: -¡Qué tal si ahorita yo te violo y te mato! En ese momento le dije: Estás pendejo porque todos los otros fotógrafos ya vienen para acá y ya saben que estoy contigo. Al primero que se van chingar es a ti…
En ese momento respondí con viseras, pero después me di cuenta de lo vulnerable que se puede llegar a ser cuando llegas sola al lugar de un crimen. Entendí que el error fue mío porque no podemos, como fotógrafos, simplemente llegar. Desde esa experiencia decidí nunca más ir sola a ninguna cobertura, aprendí a trabajar en equipo y a tener medidas de protección”.
Ser fotoperiodista en temas vinculados a la violencia no es nada fácil si se es mujer, asegura Mónica González, pues para ella en la condición de género hay un rango de vulnerabilidad que no se puede obviar; por ello, una fotoperiodista debe estar preparada psicológicamente para las consecuencias que se puedan derivar de alguna agresión.
“Una como fotoperiodista se debe preparar mentalmente y con una píldora del día después por si existe una violación. Una como fotoperiodista debe estar preparada para regresar a casa y reponerse de esa situación… debe estar preparada para preservar la vida ante cualquier agresión sexual (…) claro que sí influye que seas mujer no en el sentido de que no puedas hacer las cosas, pero sí en los factores de vulnerabilidad que están presentes cuando se es fotoperiodista”.
La Caravana por la Paz y el nacimiento de Geografía del Dolor
La Caravana por la paz con justicia y dignidad salió de Cuernavaca, Morelos, el 5 de mayo de 2011 y arribó al Zócalo de la Ciudad de México, el 8 de mayo del mismo año. Ésta se generó a consecuencia de la muerte de Juan Francisco, hijo de Javier Sicilia. El poeta desde su dolor, llamó a las víctimas a manifestarse contra la violencia generada por los grupos criminales y por los cuerpos de seguridad del estado. Así fue como decenas de víctimas recorrieron el país buscando justicia.
A Mónica González se le asignó cubrir la Caravana y esta cobertura fue la que le permitió reflexionar de manera profunda sobre la manera en que estaba retratando la violencia.
¿Cómo decides retratar la violencia en el marco de la Caravana por la Paz?
En un momento muchos sólo reprodujimos de manera gráfica la barbarie… después nos dimos cuenta de que necesitábamos hacer algo más y ese algo más era voltear hacia las consecuencias de lo que fotografiamos, ya que cuando tú retratas un hecho violento, sin reflexionar sobre lo que ves, sólo estás reproduciendo ese performance de la muerte que proviene de los victimarios y esa no debería ser nuestra labor.
Recuerdo que una vez fuimos con Diego Osorno a Sinaloa, y ahí entramos en el debate de cómo deberíamos retratar la violencia… Discutíamos sobre la ejecución de una persona que vistieron de charro, de los colgados que dejaron con sombrero y sarapes, del cuerpo al que le colocaron una cabeza de cerdo y decíamos: “hay todo un performance de la muerte y no podemos, desde la foto, seguir esta corriente”.
En ese momento, tuve una saturación personal con la violencia, pues luego de cubrir la nota roja en la motocicleta y luego de ver tantas escenas violentas me entró el dilema de cómo cubrir esos hechos. Entendí que como fotógrafos no debemos reforzar el empoderamiento del victimario, no podemos ser un canal para que éste haga llegar sus códigos de violencia a otros; al contrario, debemos fotografiar lo que pasa con las víctimas y dejar atrás lo victorioso de la violencia. Con esa idea nació: “Geografía del Dolor”.
La violencia es algo que nos está pasando y es claro que debemos documentarlo; sin embargo, todas esas experiencias con las víctimas fueron para mí: un freno de mano, ya que supe que era importante el registro, pero la violencia per se no es el único camino. En La Caravana entendí lo que significa ser víctima.
Ese nuevo dimensionar fue gestando en ella una manera distinta de contar el dolor que se podía oír y reflejar en cada una de las personas que integraban la Caravana.
Cuando la Caravana llegó a Morelia (primera ciudad que recibió a las víctimas de la guerra), Mónica recibió la carta de una amiga que le contaba de sus viajes e investigaciones sobre transexualidad; en ésta le pedía una dirección postal para seguir en contacto y eso fue lo que hizo click en la fotógrafa. Ella, tras mirar cómo toda la cobertura se centraba en Sicilia, buscó otra narrativa gráfica para contar lo que estaba ocurriendo a su alrededor.
“Todo mundo estaba encima de Javier Sicilia y yo decía no manches… hay decenas de víctimas y todos estamos sobre él. Ahí supe que nos estábamos equivocando de mensaje y de receptor, pues bastaba alzar las cámaras para que la gente se juntara con tal de que saliera la foto de su familiar desaparecido. En ese momento y durante el mitin que se estaba haciendo en Morelia pasé por un puesto de revistas y vi las postales, compré una y en mi afán de que las víctimas no fueran cifras, le pedí a una chica que me pusiera el nombre de su desaparecido y me contara en la postal lo que había pasado; además, les pedí que ahí escribieron algo que nunca le había dicho, pero que les gustaría decirle. Lo que la chica escribió jamás se me olvidara porque su familiar era una periodista desaparecida… ahí fue cuando las postales se volvieran el eje de mi trabajo fotográfico en ese momento. Hacer este proyecto, incluso, se volvió algo terapéutico para mí y las familias”.
Así fue como Mónica comenzó a tejer las geografías del dolor de hombres y mujeres provenientes de todas partes del país. Así fue como construyó con ellos, una narrativa donde postal, texto y retrato se confabularon para mostrar la otra versión de nuestra realidad. Estas postales, pese al paso del tiempo, siguen siendo un retrato íntimo y revelador, ya que estas postales no serán obsequiadas como el recuerdo de un viajero, pero sí serán testimonio de la búsqueda de justicia.
¿Con ha sido la experiencia de construir una narrativa fotográfica con y a través de las víctimas?
Con este proyecto aprendí, principalmente, a escuchar. Yo era de las que estaban más preocupada por el encuadre, pero con este proyecto dimensioné el silencio y comencé a ver y fotografiar de otra manera (…) esto ha sido duro para mí porque por mucho tiempo fui una mujer fuerte y definitivamente ya no lo soy… descubrí que era necesario detenerte a llorar y he llorado en este proceso…
Dentro de esta dinámica del fotoperiodismo son los hombres los que tienen el predominio y llorar, ser niñita, no iba con esta dinámica porque yo tenía que demostrar que podía hacer lo que ellos hacen… esto era una manera de reforzar que yo siendo mujer podía hacer e ir a donde ellos se metían; sin embargo, me di cuenta de que debo de llorar y que esto no me impedirá seguir bajando en arnés por un narco-túnel en Tijuana… sólo que ahora podré llorar sin importarme que me vean porque hacerlo es una manera de ir sacando el dolor de las cosas que veo… está bien que esto nos duela, está bien demostrar que no somos fuertes…
Y esta honestidad en el dolor es lo que trasmite Mónica González con su trabajo foto-periodístico al cual define como: “triste”, pero al cual también le otorga una temperatura, en esencia y color, que le devuelve presencia a lo ausente, a lo no habitable y a todo aquello que se busca.
En 2017, ganó el Premio Gabriel García Márquez con el trabajo: “Buscadores en un país de desaparecidos”; en 2019, ganó nuevamente este mismo premio en dos ocasiones con: “Mujeres en la Vitrina, migración en manos de la trata” y “El país de las 2 mil fosas”.
Actualmente, Mónica González trabaja en Pie de Página y realiza diversas colaboraciones en medios nacionales e internacionales.
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Para conocer más sobre Mónica González:
Ganó el Premio Nacional de Periodismo en 2011 por “Geografía del Dolor”, un trabajo que hoy es web documental transmedia: www.geografiadeldolor.com
“Frío en el Alma” narra la historia de Julia Alonso y Brenda Rangel durante su plantón frente a la Secretaría de Gobernación exigiendo la búsqueda de sus familiares desaparecidos: frioenelalma.com
Kira Pollack, directora de fotografía de la revista TIME, colocó a Mónica González como una de las 34 mejores fotógrafas del mundo en 2017 (http://time.com/4671986/women-photographers/).