El colectivo Cuerpos Parlantes lanza la segunda edición del Feminario: aterrizajes teóricos para la acción colectiva, como una apuesta de formación feminista al margen de las instituciones.
Por Mariana Mora / Texto y Fotografías
En México, alrededor de diez mujeres son asesinadas cada día; Jalisco es el segundo estado más feminicida del país; en Guadalajara se han encontrado, sólo en este año, 295 bolsas con restos humanos. El dolor y el miedo son la constante en una guerra que se declaró al narcotráfico, pero que son los jóvenes y las mujeres -principalmente- quienes la sufrimos.
En este contexto, se han germinado -también- territorios de organización y resistencia que defienden la vida y la libertad. El contrapeso se hace en la calle cuando muchas gritan que ya basta; se hace en las casas de las mujeres que ponen su sala para reunirse a bordar en memoria de quienes no están; se hace en el cotidiano, en las formas de vivir la ciudad, de pensarla y de pensarnos.
Estos territorios son oasis de nuestros tiempos. Uno de ellos es Cuerpos Parlantes, un espacio feminista y de investigación urbana que desde hace 6 años se dedica al estudio, la acción política y la fiesta, como formas de organización que resisten a la guerra. Desde sus inicios han realizado numerosos talleres, jornadas, ciclos de cine, conciertos y grupos de estudio alrededor de los feminismos y otros movimientos sociales. Este año -que podría cerrar como el más violento de la historia de México, con casi 26 mil asesinatos-, decidieron profundizar en la colectivización de conocimiento y la cohesión de comunidad con un programa de cinco meses de lecturas, discusiones, talleres y mucha sororidad. Lo nombraron “Feminario, aterrizajes teóricos para la acción colectiva”.
Desde julio hasta noviembre, alrededor de 20 mujeres de edades y vidas diversas, nos reunimos todos los viernes y sábados para explicarnos entre nosotras mismas – a partir de lecturas teóricas- qué es el feminismo, cuándo inició el patriarcado, por qué está tan inmerso en nuestras vidas, cómo y desde dónde lo combatimos. Fueron meses de catarsis y construcción que terminaron con un taller de escritura y otro de cine, para plasmar y compartir nuestros piensos y sentires.
María, gestora cultural, sintió la necesidad de tener un acercamiento más profundo al feminismo cuando eliminaron el Instituto de la Mujer en Jalisco. María se tomó esta política pública muy personal y pensó que tenía que hacer algo, generar otros espacios. Asistió al Feminario, fascinada por lo que sucedía en Cuerpos Parlantes y que ella ya conocía, y ahí encontró herramientas para reforzar el trabajo que ella hace en Casa Transversal.
Para Bea, documentalista, el feminismo había sido muy intuitivo. Ella tenía inquietudes, la gente le decía que estaba mal. En el Feminario encontró sustento teórico para sus ideas y la necesidad de aplicarlas en su trabajo como cineasta, pero también sustento emocional para enfrentar los dolores que nos envuelven.
Luisa está estudiando ingeniería en sistemas; en su carrera nadie habla de feminismo. Ella llegó a sumergirse en un espacio con mujeres muy politizadas, llenas de argumentos para explicarse lo que Luisa se había venido preguntando últimamente. Al terminar el Feminario, Luisa se sintió otra: descubrió otras formas de habitar la ciudad, otras formas de relacionarse, otra casa donde sentirse segura.
Hubimos otras, como Luisa, menos politizadas pero con ansias de convertir el dolor y el miedo en organización y cambio. Yo encontré en el Feminario herramientas de conocimiento pero también de sanación. Reconocer a las personas que trabajan por una sociedad diferente contagia y empodera. Finalmente, lo que nos sucede a las mujeres es, como dice Rita Segato, escritora feminista argentina, “un termómetro que permite diagnosticar tránsitos históricos de la sociedad como un todo”. Si muchas trabajamos desde el feminismo, podemos acelerar ese tránsito hacia un país menos doloroso.