Por Mariana González/@marianelasglez
Fotos: Caterina Muñoz/@CateMunoz en Instagram
Pocos podrían anticipar la manera en que el problema estallaría. Desde el martes pasado un grupo de estudiantes secundarios realizaron varias evasiones masivas en estaciones del metro de Santiago. Los jóvenes llegaban en grupos y saltaban los accesos sin pagar. “Evadir, no pagar, otra forma de luchar”, era la consigna. Querían manifestar el rechazo al aumento de 30 pesos chilenos (1 peso mexicano) al precio de este medio de transporte, el orgullo de los chilenos y ejemplo del desarrollo que este país presumía.
En pocos días la reacción del gobierno ante las protestas se radicalizó tirando gases lacrimógenos dentro y fuera de las estaciones que eran cerradas por las manifestaciones. Muchos usuarios apoyaban la protesta de los estudiantes a los que se les fueron sumando los universitarios y algunos trabajadores.
El viernes todo se salió de control. En menos de 12 horas la violenta reacción de las fuerzas especiales de los carabineros hacia los estudiantes obligaron a los trabajadores del metro a declararse en paro por falta de seguridad. El cierre de las 6 líneas del metro convirtió a Santiago en un caos. Con manifestaciones esporádicas en las calles -principalmente en la zona centro y poniente de la ciudad-, los empleados que recién terminaban sus jornadas llenaron las calles en busca de un medio de transporte que los acercara a sus casas, muchos optaron por caminar hasta por dos horas para llegar a su destino.
“Si igual está bien lo que hacen los cabros (chicos), yo creo que lo que hace el gobierno es un abuso, están defendiendo lo que sus padres gastan en locomoción (transporte) y que también les afecta a ellos”, dijo un hombre de unos 30 años a otro a bordo de un bus, la noche del viernes. Decía que era la primera vez que tomaba esa ruta porque al menos lo acerca a su domicilio. “Y luego caminar, nomás”, dijo.
La quema de buses, de las oficinas de la empresa de luz Enel, de varios supermercados, las barricadas, los detenidos. Todo fue apareciendo en las pantallas de la televisión. Las televisoras interrumpieron su programación de manera indefinida para informar lo que sucedía en las calles.
Pasada la medianoche el presidente Sebastián Piñera avivó la peor pesadilla del pueblo chileno: declaró estado de emergencia en la región metropolitana de Santiago que limitaba el tránsito de personas y la libertad de reunión, además de anunciar que los militares saldrían a las calles para “resguardar la seguridad y restablecer el orden”.
La ciudad estaba ante una situación inédita y el fantasma de la época de la dictadura volvió de tajo.
“Es que no lo creo. Los milicos (militares) en la calles es una locura”. Una mujer en la comuna de Macúl de clase media miraba atónita el televisor. Era la madrugada del sábado y los chilenos no podían dejar de mirar las noticias. En la pantalla Javier Iturriaga, general del Ejército -hijo de un militar acusado de tortura en la dictadura-, quien tomaba el mando, pedía a la gente seguir su vida de manera normal.
En las calles la noche fue larga. Miles de personas salieron a repudiar la medida del presidente con el conocido “cacerolazo”, haciendo sonar ollas, platos o cualquier cosa. Niños, jóvenes, adultos en las esquinas, desde los balcones de su casas en las colonias más pobres y también las del barrio alto. Los más radicales quemaron estaciones del metro y se enfrentaron a militares y policías.
El sábado el país despertó con la presencia de tanquetas militares en las principales calles del centro de Santiago. El descontento social prendió en todas las ciudades del país desde la norteña Arica hasta la austral Punta Arenas, con diferentes tipos de protestas.
Desde media tarde, Santiago se quedó sin los pocos buses que el gobierno municipal había dispuesto y los supermercados cerraron sus puertas para evitar más saqueos y salvaguardar a sus trabajadores. La reacción del gobierno se endureció aún más: declaró el toque de queda desde las 10 de la noche hasta las 6 de la mañana del domingo, el primero desde 1987. La dictadura se hacía de nuevo presente.
Pese a todo, la plaza Italia, el centro neurálgico del país, se llenó con manifestantes esporádicos. Había que hacerle saber al gobierno que no tenían miedo y que estaban hartos de un modelo económico impuesto desde 1975 por el dictador Augusto Pinochet que ni los gobiernos de izquierda ni de derecha han podido o querido modificar en tres décadas. Era el momento de hacerlo saber. El punto de quiebre.
¡No son 30 pesos, son 30 años! Gritaban algunos manifestantes. La frase se volvió uno de los consignas de este movimiento social esporádico y sin cabezas aparentes.
El alza del precio del metro fue la gota que derramó el vaso del pueblo de Chile, cuyo salario mínimo ronda los 300 mil pesos chilenos (unos 7,900 pesos mexicanos). Un pasaje de este transporte – orgullo del gobierno chileno- cuesta $830 (cerca de 22 pesos mexicanos) en horario de mayor tráfico con derecho a hacer una conexión con una línea de bus.
“Yo gastó 30 mil (unos 790 pesos mexicanos) en locomoción al mes solo para ir a trabajar. Yo soy solo, hay quienes tienen dos o tres hijos que van al colegio, es harta plata”, dice José, un hombre mayor que tuvo que regresar a casa porque la empresa donde trabaja decidió no abrir para evitar saqueos.
A eso se suman el reciente aumento de 10% en el costo del agua, -administrada por una empresa privada-, el aumento en el precio del pan, la imposición de medidores de luz que retabularon los costos de la energía eléctrica, altos costos del sistema de salud -también privatizado-, un sistema de pensiones que deja en la indefensión a quienes sufren una enfermedad crónica o terminal y que se queda con el dinero del usuario cuando éste muere sin haber pedido el retiro de sus contribuciones.
“Nos cagan por todos lados, la educación, la salud, el transporte están por los suelos, si esto no es más que consecuencia de todo”, dice Alejandra, una profesora de la comuna popular de Lo Ovalle.
“Si no es solo de la derecha, viene de antes, es un sistema culiao (jodido) que solo quiere sacarnos plata”, dice la mujer de Macúl.
Afuera el silencio de la calle es interrumpido por el sonido del helicóptero de carabineros que patrulla la ciudad desde lo alto en busca de aquellos que quieran infringir el toque de queda.
Unas 20 personas hacen fila afuera de la única panadería que abrió esta mañana. Esperan hasta por una hora para llevarse pan suficiente para unos días. La misma escena se repite en supermercados y almacenes. El cierre de comercios y el toque de queda del fin de semana hizo que consumieran lo que había en las casas. Las tiendas comienzan a quedarse sin arroz, harina y algunos productos básicos. Algunos establecimientos permanecen cerrados.
“Hay que buscar nomás, la gente cree que habrá desabastecimiento, de última uno hace pan en la casa o se busca qué hacer, yo encuentro razón en que saqueen los supermercados, porque igual ellos nos cagan cuando pueden con los precios o con los productos vencidos”, señala la profesora de Lo Ovalle.
Durante el día, la gente en la mayoría de las zonas de la ciudad trata de hacer su vida normal, aunque permanece el temor por los saqueos y a que los ataques de grupos vandálicos se dirijan no solo a los comercios sino también a las casas. En algunas poblaciones (barrios populares) la gente se organiza para defenderse de posibles actos vandálicos. En otras solo queda confiar y esperar.
“La gente está asustada y enojada, queman el metro, queman el supermercado, qué más se les va a ocurrir, nomás esperar que todo se calme”, dice Julieta una señora mayor habitante de Lo Ovalle.
Las clases y muchos trabajos suspendidos obligan a quedarse en casa, ir a ver a los familiares, comentar lo que pasa y procurar los alimentos para el otro día.
“Me regresaron temprano del trabajo, nadie tiene idea de si esto vaya a seguir, yo creo que la gente se va a cansar y van a dejar de manifestarse, van a querer regresar a trabajar y los cabros a la escuela, hay que esperar nomás”, dice Gastón, un trabajador de una empresa de electrodomésticos que vive en la población de Santa Olga.
El gobierno anuncia el horario del toque de queda para hoy. La gente apura las actividades para irse a casa, no vale la pena arriesgar. Al caer la noche, comienzan las barricadas, las fogatas que simbolizan la resistencia. Este lunes desde las redes se ha hecho un llamado a reproducir una canción de Víctor Jara desde cada casa, al iniciar el toque. Nada más simbólico que hacer presente al músico que fue muerto por los militares de la dictadura pinochetista.
Llega la noche y la canción suena:
“El derecho de vivir/poeta Ho Chi Minh/que golpea de Vietnam/ a toda la humanidad./
Ningún cañón borrará/ el surco de tu arrozal./El derecho de vivir en paz”.