Dueño de su plaza, el presidente Andrés Manuel López Obrador revivió el Grito de Independencia en el Zócalo capitalino. El festejo reunió a unas 120 mil personas con un ánimo desbordado. Los vítores mezclaron los vivas por la Independencia con todo tipo de manifestaciones de apoyo al presidente
Texto: José Ignacio De Alba / Pie de Página
Fotos: Daniel Lobato y Daniela Pastrana
Martha Bojórquez, de 62 años, viajó desde Ciudad Obregón, Sonora, hasta la Ciudad de México, exclusivamente para asistir al primer Grito de Independencia del presidente Andrés Manuel López Obrador. La mujer y una amiga hicieron un viaje de 26 horas, compraron pelucas tricolores y diademas floreadas. Una vez hechas las compras y puestas unas pesadas pestañas patrias se instalaron en la primera fila del Zócalo y esperaron 10 horas para gritar 20 “Vivas” con el presidente. Hoy asistirán al desfile militar antes de hacer el viaje de regreso.
Junto a Bojórquez está un grupo de personas que llegó de San Diego, California, y que desde las horas previas al grito ya trae un alboroto: organizan la ola, mandan mensajes al templete de la prensa (¨pinches chismosos, cuéntennos bien¨), cantan México Lindo y Querido, gritan vivas al presidente y como en serenata. Corean “qué voy a hacer/si deveras te quiero”.
Más hacia el centro están los que arribaron de Tabasco, según el letrero garabateado en una cartulina. Y al ladito de ellos una familia completa que llegó de Tizayuca, Hidalgo. “Es la primera vez que venimos a un grito, porque ahora si vale la pena”, dice Laura Chávez, la madre, que desde las 2 de la tarde estaba instalada justo frente al balcón presidencial.
Este grito en el Zócalo de la ciudad de México no es un evento capitalino; en la explanada de la Plaza de la Constitución coinciden personas de todo el país y de todas las formas, con un punto en común: confianza en el presidente, que esta vez no falla en regalarles un festejo inolvidable, con “vivas” que incluyen al “heroico pueblo de México”, a los pueblos indígenas, a los héroes anónimos, a la paz, la justicia, la libertad, la democracia y la soberanía popular.
Durante años, el llamado Grito de Dolores estuvo atrapado en la oficialidad. El protocolo consistía en enumerar a los héroes patrios y contagiar de un poco de patriotismo a los asistentes, muchos de ellos acarreados por el propio gobierno. Este de 2019, más que un acto oficial, es una fiesta desbordada de apoyo al presidente.
La espera
La gente comenzó a llegar desde la noche anterior. La mayoría de los asistentes eran familias, ni un acarreado. Abundaron los niños disfrazados de charritos o las nenas de adelitas. En algún momento el zócalo se convirtió en una guerra campal de huevos de confeti. Los chiquillos también lanzaron globos en forma de lápiz por toda la explanada.
La gente llevaba playeras, máscaras y llaveros con el rostro de López Obrador. El ambiente iba de las consignas políticas al Cielito Lindo; del “es un honor, estar con López Obrador”, al “Sigo siendo el Rey”.
Algunos se quedaron esperando la lluvia que nunca llegó, otros aguantaron el sol con temeridad. Las tlayudas se vendieron al por mayor, el público guardó las garnachas en los bolsos, el chorrito de refresco se dosificó desde la mañana hasta las 11 de la noche.
Si se quería estar en primera fila, había que sufrir. Pero los peluquines y el maquillaje tricolor apenas y sufrieron estragos. Hubo quien se envolvió en la bandera, como Juan Escutia, para cubrirse del sol o aguantar el frío cuando caló el chiflón.
La seguridad fue discreta, a diferencia del sexenio anterior que la Policía Federal se encargó de requisar carriolas o a los niños. Para acceder al zócalo se instaló un ligero filtro de seguridad, no hubo arcos de detectores de metales, ni perros que buscaran armas. Agentes desarmados de la policía de la Ciudad de México se dedicaron a revisar visualmente a la muchedumbre, hubo quien se infiltró con su pomo; lo sediciosos fueron echados de la fiesta patria.
En la explanda había decenas de elementos del ejército vestidos como civiles que vigilaron a la concurrecia.
A las cuatro de la tarde iniciaron las representaciones de cada uno de los estados, llamado la Feria de las Culturas. En algunos casos la música fue monótona, la tendencia a lo ranchero volvió tediosas las presentaciones, salvo algunas excepciones como la de Zactecas que presentó Mexicalpan y unos bailarines con botas repiqueteadas. Los sinaloenses se echaron el Yoreme y luego acabaron bailando banda.
Los michoacanos cautivaron con la mundialmente conocida Danza de los Viejitos; los de Guerrero se echaron un baile donde representaron unas iguanas que perseguían a las bailarinas; Aguascalientes llevó la danza de los indios de Mesillas, la representación de la epopeya chichimeca.
Hubo combinaciones extrañas como la del Esdado de México que presentó el Huapango de Moncayo en bailable con una especie de chambelanes deciochescos. Nayarit se la voló con un perfomarnce-bailable histórico, hubo gritos, pasión y algo así como una representación histórica. Colima, se fue por lo simple y entusiasmó con un cuarteto tipo cantina y los capitalinos se echaron el Chinelo; Baja California Norte sólo tuvo una representante anunciada como super campeona del bellcanto que se echó puras rancheras. Lo demás fue Jarabe Tapatio, Caminos de Guanajuato, zapateado y sombrerazo.
Las representaciones acabaron a las 10 de la noche. Un par de horas antes del grito el Zócalo estaba atiborrado. El espectáculo de la noche, sin duda, iba a ser el grito.
El grito
A pocos minutos de que las 11 de la noche, el Zócalo estaba repleto. La multitud era tan grande que daba la sensación de que había varios eventos. Pero la tensión estaba centrada en el balcón principal del Palacio Nacional, cualquier leve movimiento en el sitio provocaba el estremecimiento y gritos de los espectadores. Nomás pasaba un hombre canoso por alguna de las ventanas del edificio y varios aseguraban que era López Obrador.
La llegada del presidente fue precedida por unos trompetazos de la banda de guerra del Ejército y del Centro de Capacitación Musical y Desarrollo de la Cultura Mixe, llegada desde Tlahuiloltepec, Oaxaca.
López Obrador salió al balcón principal y se echó su anunciada arenga de 20 vivas:
¡Viva la Independencia! ¡Viva Miguel Hidalgo y Costilla! ¡Viva José María Morelos y Pavón! ¡Viva Josefa Ortiz de Domínguez! ¡Viva Ignacio Allende! ¡Viva Leona Vicario! ¡Viva las madres y los padres de nuestra patria! ¡Vivan los héroes anónimos! ¡Viva el heroico pueblo de México! ¡Vivan las comunidades indígenas! ¡Viva la libertad! ¡Viva la justicia! ¡Viva la democracia! ¡Viva nuestra soberanía! ¡Viva la fraternidad universal! ¡Viva la paz! ¡Viva la grandeza cultural de México! ¡Viva México! ¡Viva México! ¡Viva México!
Las lucesitas parpadeantes de los teléfonos celulares iluminaron el Zöcalo como árbol de Navidad.
La respuesta del público fue contagiosa. El propio presidente, quien apareció en el balcón solo con su esposa, parecía sobrepasado.
La gente gritaba de todo y repetías las consignas de muchos años de batallas: “Pre-si-den-te. Pre-si-den-te / Es un honoooor, estar con Obrador / Sí-se-pudo, sí-se-pudo / Noestássolo, noestássolo”.
Luego, festejaron los juegos pirotécnicos.
Dentro de Palacio Nacional, 500 invitados, entre secretarios de Estado y el cuerpo diplomático comían tacos, tostadas y tamales con aguas frescas.
Desde ahí tuiteó el embajador de Estados Unidos en México: “Esta noche, el Zócalo es el centro del mundo. Felicidades México”.
En la plaza, la gente seguía de fiesta. Eugenia León cantó La Paloma, una canción que ha acompañado a López Obrador como un himno. Pero esta vez, la gente no la escuchaba, estaba coreando hacia el balcón una respuesta a las críticas que se han hecho al presidente por decir que el pueblo está feliz y que vamos por buen camino: “¡El pueblo está feliiiiiiz. Feliz, feliz, feliz!”
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