Por Jonatha Ávila / Periodista y Editor en @RSurGlobal | @joonathanag
Foto: Darwin Franco/@darwinfranco
¿Cómo entender la difícil labor que tenemos como sociedad al chocar de frente con la problemática compleja de las desapariciones en México?
¿Cómo reaccionar ante el dolor de las familias sin caer en el victimismo y el paternalismo del ‘pobrecitas personas’?
Aquellas preguntas son inevitables ante la coyuntura que vivimos desde hace mucho tiempo en el país. Aquello nos interpela a diario al leer las noticias y aún más en este contexto en donde recordamos que hay miles de personas que aún no están con sus familias, amigos, conocidos…
Pensar en las personas desaparecidas, sus familias y nuestros papel como sociedad frente a la barbarie me hace pensar en la inevitable tarea del acompañamiento a las familias y colectivos. En la necesaria unión de los gritos y exigencias que piden que vuelvan con vida. Sin embargo no es una tarea fácil. Pero no porque no haya voluntad colectiva o porque no existan sectores informados sobre lo que ocurre y se sientan empatizados con las miles de personas y familias que presionan a las autoridades para que busquen a sus seres queridos, sino por la falta de compromiso serio de cara a esta problemática, a la ausencia de un hígado fuerte y un corazón que resista ante tanto dolor y violencia.
Acompañar a los colectivos en su lucha es entregar la vida a una causa en suspenso, encontrarte con gente de una fortaleza enorme, de una experiencia invaluable y de un conocimiento que no imaginamos. Aunque también puedan vérselas negras ante una afectación que nunca podremos entender en tanto que no la vivamos en carne propia
Cuando hablamos de acompañamiento muchas veces se entiende como un caminar juntos, pero desde el borde. El borde de lo político, diría el filósofo Jacques Rancieré, que se puede entender como la periferia frente al núcleo central del problema que se atraviesa; es decir, expresar un interés genuino en la causa pero sin asumir el compromiso que conlleva involucrarse hasta donde tope. Entender el acompañamiento como algo que ocurre en el borde de la problemática de las desapariciones no parte sino de un análisis equivocado respecto de las formas políticas más allá del mero acto individual.
Porque el acompañamiento es todo, menos individual. Si algo podemos reconocer sin cansancio a las familias es que ha sido su esfuerzo colectivo, perseverante y amoroso el que ha puesto la problemática de las desapariciones en la agenda y la opinión públicas. Ese acuerpamiento, como lo señala Darwin Franco, es el que nos ha hecho que nos encontremos luchando junta a ellas y son las que nos recuerdan que no podemos dejarles solas, que no podemos olvidar que en Jalisco y México hacen falta decenas de miles.
La noción misma que se nombra para quienes nos acercamos a las víctimas de desaparición no parte del razonamiento de un concepto o término retórico que busca darle sentido a algo que pasa en nuestra cabeza, sino que es el producto de una materialidad que se hace concreta en la lucha por terminar con esta guerra –mal llamada contra el narcotráfico– que genera violencia y muerte para los de abajo.
El acompañamiento es algo que se concreta en la lucha del día a día, es un proceso lento que se materializa en la realidad y que sólo se nombra para hacerlo explicativo a quienes queremos formar parte de él. El acompañar es un hacer-reflexivo sobre las tareas que como sujetos sociales debemos asumir frente a esta guerra, pero siempre en alianza con las víctimas, que son quienes en su caminar doloroso han tenido que entender y afrontar los vaivenes de este sistema de muerte.
Por ello, el acompañamiento no es sólo una mirada externa, objetiva y periférica que se acerca cuando más le conviene a su lucha. Vividores del dolor siempre hay, pero esos no acompañan, lucran con el sentir de las miles de familias, madres, hermanas, esposas e hijas que pugnan todos los días por encontrar a las y los miles de desaparecidos.
El acompañamiento parte de la explicación conceptual de quien se mira como compañero del otro, es el resultado de la conciencia de quien se entiende como un sujeto social y cuya lucha no puede ser individual. Es cierto, quienes se dicen acompañantes muchas veces son los sujetos externos al sentir, es decir, quienes no directamente padecen el dolor de la desaparición o la muerte, pero que también empatizan y trabajan por la búsqueda de los miles de desaparecidos.
El acompañamiento es la expresión de quien se entiende compañero de lucha, como puede ocurrir con otras luchas. Partir de esta premisa le da un sentido más rebelde a la noción misma, porque no sólo es el activista político que aparece para gritar en la marcha o compartir las fichas de búsqueda en Facebook, sino que también trabaja en cercanía y camina en el mismo sentido que las familias, que atiende a la pugna diaria de sus tareas y se involucra en la problemática tanto como lo hacen quienes están esperando por aquel que les fue arrebatado desde la lógica del enriquecimiento del mercado y el Estado.
El compañero o compañera, en la lucha, es crucial. Es quien nos hace ver que estamos caminando en colectivo y no sólo desde nuestra individualidad. Eso también es una enseñanza que se aprende al acompañar a las familias. Porque el sentir colectivo es parte de su hacer diario. El planteamiento ético y político es que no hay UN desaparecido por cada familiar, sino que se habla de los nuestros, como quien comparte el dolor por todos y cada uno de las y los desaparecidos. Encontrar a uno es también un augurio de esperanza para todas y todos, porque habla de la posibilidad de vencer en colectivo. Por ello cuando Por Amor a Ellxs hizo pública la información del Servicio Médico Forense no se pensó en si mi desaparecido está o no entre las características de los cuerpos encontrados en las fosas clandestinas, también significó la posibilidad de que al compartir esa información una familia recuperara la certeza de dónde está aquella o aquel por el que luchan.
Por esa razón es que el acompañamiento es una cuestión crucial de quienes atraviesan el duelo de la desaparición. Luchar en el mismo borde de las familias es aprender en vertical y recíproco. Por su propia expresión, las familias perciben que el acompañamiento es muy importante y también es parte de algo que no puede ser otra cosa sino colectivo y comunitario; es decir, ya sea colectivo o aglutinante en el sentido de no estar solos y hacernos de una red de apoyo empática con la situación a pesar de la carencia experiencial o comunitaria, en donde el sentido y el lenguaje son los mismos para quienes atraviesan por la misma situación de dolor.
La pregunta relevante, al final, es si estamos preparados como sociedad para enfrentarnos a este monstruo complejo que desde hace años han resistido las familias.