Después de 10 años de vivir, trabajar y aportar a la ciudad de Guadalajara, Estela Mayo todavía se enfrenta a la sorpresa de las personas por ser una indígena en la ciudad. Originaria de la comunidad ch’ol Victórico Grajales; ella lucha por visibilizar las comunidades indígenas urbanas del Área Metropolitana de Guadalajara, a través de la apertura y el diálogo.
Por Itzel Ximena Torres / @ximena_tra
A tres horas de la ciudad de Palenque en Chiapas, cerca de la frontera mexicana con Guatemala, está Victórico Grajales, una pequeña comunidad ch’ol de no más de 600 habitantes que se dedican a la siembra de maíz, frijol y calabaza para el autoconsumo.
Estela Mayo Mendoza es una de los muchos jóvenes, originarios de Victórico, que han migrado a la ciudad para poder continuar con sus estudios, aún bajo la sorpresa de quienes no pueden creer que un indígena estudie la universidad, use una computadora y realice otras actividades que son cotidianas para cualquiera.
Ahora, Estela tiene 28 años y es licenciada en Estudios Políticos y Gobierno por la Universidad de Guadalajara (UdeG), pero durante su infancia se acostumbró a trabajar en la milpa y celebrar la Fiesta del Maíz, semilla de la cual son originarios los hombres según la cultural ch’ol.
“A los 12 me fui a Palenque por la cuestión de la educación. Además, yo quería ir a la ciudad, como cualquier otro niño o niña que quiere ver qué hay más allá. A Guadalajara me vine cuando tenía más o menos 18 años, en el 2009, para empezar a estudiar la universidad”.
Por su experiencia, Estela sabe que la mayoría de las veces la migración indígena es por necesidad, no voluntaria. La situación económica, natural o política provoca que las personas salgan a buscar cómo subsistir en la ciudad. Llegan a buscar un trabajo y a vivir en las orillas de la metrópoli, a veces sin servicios básicos, con muchas necesidades y carencias.
En el Área Metropolitana de Guadalajara (AMG), algunas comunidades indígenas están ubicadas en las colonias de Santa Ana Tepetitlán; San Juan de Ocotán; Tesistán; Santa María Tequepexpan; San Sebastianito y San Martín de las Flores.
De acuerdo con la Encuesta Intercensal 2015 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en Jalisco: 56 mil 938 personas hablaban una lengua indígena hasta el año de publicación de la encuesta; de ellas 42.3% (24 mil 127) habitaban en cuatro municipios del AMG: Zapopan, Guadalajara, Tonalá y San Pedro Tlaquepaque.
Fuente: STRATEGOS, Revista Digital del Instituto de Información Estadística y Geográfica.
A Estela, como a sus 11 hermanos, su papá siempre la impulsó a salir de Victórico para seguir estudiando y aunque hubo cosas que se le complicaron, como la convivencia, adaptarse a la magnitud de Guadalajara y cambiar el ch’ol por el español, asegura que lo más difícil es que la gente aún no cree que haya indígenas en la ciudad.
“Cuando (la gente) se topa contigo sorprende y te cuestiona. Se preguntan qué hace un indígena en la ciudad. Nosotros compartimos estas experiencias sin señalar a nadie, pero si tengo la capacidad para usar una computadora o estudiar la universidad, por qué no hacerlo. Como somos de pueblos indígenas creen que no podemos o que nuestras capacidades son pocas y por lo tanto no podemos acceder a espacios que son para las personas de la ciudad”.
De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Discriminación 2017 (ENADIS), del 2012 al 2017, el 24% de la población indígena mexicana de 12 años o mayor, experimentó una situación de discriminación relacionada con rechazo, exclusión, insultos, amenazas y/u otras situaciones. Por otro lado, el 49.3% de la población indígena en México, opina que en el país sus derechos se respetan poco o nada.
“Al llegar a la ciudad sí hay un choque cultural. Todos los que estamos en el colectivo pasamos por eso, nos negamos. Por la discriminación, preferimos no decir de donde somos. Muchas personas, incluso niños, prefieren decir ‘yo no soy indígena’ y no hablan la lengua para que no los ubiquen”.
En opinión de Estela lo que hace falta para que Guadalajara sea una ciudad más incluyente es apertura en todos los espacios y en el diálogo.
“Si no hay diálogo no nos conocemos y por consiguiente no nos podemos ver como iguales”.
También es necesario normalizar la convivencia libre en espacios públicos y no cerrarse a pensar que ciertos lugares son exclusivos para ciertas personas. Eso, Estela lo impulsa a través del colectivo del que forma parte: Jóvenes Indígenas Urbanos (JIU).
La labor de visibilizar a los indígenas urbanos
Este colectivo, que surgió en 2014 y del que Estela forma parte, está conformado por 13 jóvenes de culturas diferentes: wixárika, mixteco, nawa, totonaco, tlapaneco, mazahua, ch’ol y mixe. Su propósito es visibilizar a los indígenas que habitan en el AMG a través de charlas, talleres y eventos públicos sobre sus culturas.
“Estamos, pero no nos quieren ver. Si no fuera por estas organizaciones creadas e impulsadas por indígenas (como el JIU), los avances que hay no se hubieran dado. Por ejemplo, en la Constitución Mexicana no se hubiera reconocido al país como un Estado pluricultural sin nuestras exigencias”.
Entre sus actividades para impulsar la apertura y el diálogo y visibilizar a los indígenas urbanos, este viernes 5 de julio, Estela participó en el taller Introducción a la lengua y cultura Ch’ol organizado por la asociación civil Genera Alternativas; ahí explicó que formar parte de una comunidad indígena sí implica creencias, formas y costumbres, específicas, así como cualquier otra cultura.