Inmersa en la ilusión de rehabilitar y encarecer las calles del primer cuadro de la ciudad, Guadalajara se ha olvidado de los vecinos y locatarios que día a día mantienen vivo el Centro Histórico.
En la calle Mezquitán, el ayuntamiento de Guadalajara ha preparado la cancha para que la inmobiliaria Perímetro Propiedades convierta la vialidad en un Paseo Cultural que funcione para los clientes de la futura sala Roxy. Después de padecer años de olvido de los gobiernos en turno, los vecinos temen no poder disfrutar la nueva calle porque consideran que existe un gran riesgo de ser desplazados.
Por Gabriel Trujillo / @gabrieltrujg
Observatorio En Ruta/ Co-Laboratorio de la vida urbana/ PAP ITESO
“Mucha gente se ha ido, muchos locales han cerrado”, a Pablo se le nota la angustia cuando dice esas palabras. Con el cuerpo recargado en los bolardos que protegen una de las esquinas de la recién remodelada calle Mezquitán, en el Centro Histórico de Guadalajara, comienza a recordar con su dedo índice a los que ya no están: “Allí un local de discos, a la vuelta había dos papelerías, por allá estaban unos mecánicos”.
Suspira. “Todo se vino para abajo a raíz de las obras”.
Frente a él, la Frutería Muñoz, negocio familiar al que le debe su vida y uno de los pocos locales que resistieron a las excavadoras y taladros del Ayuntamiento de Guadalajara, los cuales llegaron meses antes para “tranquilizar” la calle y convertirla en Zona 30, sin aceras y de tráfico lento, en el tramo de Mezquitán que va de la Avenida Hidalgo hasta su desembocadura con el parque de El Refugio.
Esto a raíz de la compra de la vieja sala de cine Roxy por parte Perímetro Propiedades S.A de C.V., una inmobiliaria que a través del Ayuntamiento de Guadalajara usó dinero público para remodelar la calle en función de su proyecto empresarial.
Para cuando Pablo haya terminado de suspirar, su padre, Pablo Muñoz, un comerciante de bigote tupido y delantal de mezclilla, ya habrá rematado una caja de frutas muy maduras a mitad de precio para, al menos, no perderle. Mientras la despacha el comprador vigila la calle. Antes lo que obstaculizaba la estancia de los clientes en Mezquitán eran los escombros de la obra, ahora es la reciente llegada de los policías de tránsito y sus multas.
“Lo malo de antes es lo bueno hoy”, lamenta el frutero que hace casi treinta años dejó los tianguis para establecerse en Mezquitán, justo debajo de la casa en la que hace 52 años lo trajo al mundo una partera.
Para Pablo Muñoz, el antes significa el 2009, cuando un proceso de repavimentación a ritmo de ayuntamiento mexicano se dilató siete meses, alejando a los clientes de la frutería. En esa época en un día malo vendía dos mil pesos.
El hoy es el 2018, cuando después de nueve años de poco patrullaje, mala iluminación, pozos en el pavimento y robos con violencia, el Ayuntamiento de Guadalajara volteó a ver a Mezquitán y le metió su maquinaria para construir la Guadalajara del futuro, la que se proyecta hacia 2042 en el Plan Municipal de Desarrollo Guadalajara 500 y que habla de rescatar el Centro en colaboración con los capitales privados. Hoy, a raíz de las obras, se gana en los días buenos los dos mil pesos que ganaba en uno malo en 2009. Hoy los días malos son de doscientos pesos para el frutero que invierte cuatro mil pesos dos veces por semana para mantener surtida la oferta de su local.
“Ahora que la calle quedó bonita uno esperaba recuperarse, pero no”, agrega Pablo hijo, quien pierde la mirada en la gente que pasa y no se detiene en la frutería.
Contrario a lo que viven los Muñoz, los arreglos le presagian a Mezquitán un destino de etiqueta: dejará atrás su suerte de calle común para convertirse en el escenario del proyecto empresarial de una inmobiliaria vinculada a las industrias culturales. Ya no será una calle, ahora entrará a la escena urbana como un nuevo Paseo Cultural.
El proyecto gentrificador
Dos años antes de que la maquinaria reventara el pavimento irregular de la calle Mezquitán, la inmobiliaria Perímetro Propiedades S.A. de C.V., dedicada a la comercialización, remodelación y venta de casas patrimoniales en los primeros cuadros de la ciudad, compró El Roxy en Mezquitán número 80. Un viejo bodegón que en 1937 nació como sala de cine y que en 2005 cerró como una de las salas de conciertos de música alternativa más icónicas de la ciudad.
Alejandro Serratos, dueño de la inmobiliaria y cabeza de Taller México, una empresa dedicada a la restauración de patrimonio arquitectónico y el diseño, pagó 15 millones de pesos por el Roxy y otros inmuebles aledaños para convertirlos en un Distrito Cultural que incluiría un bar, una cafetería, galerías, sala de exposiciones y espacios multidisciplinarios para la industria de las artes.
Como dinero llama a dinero, Taller México le presentó un nuevo diseño de calle Mezquitán al Ayuntamiento de Guadalajara y éste lo aceptó. 13 millones pesos de origen federal y municipal de las arcas públicas se usaron para transformar la calle en un corredor cultural que funcionaría a disposición de la Sala Roxy.
El diseño urbano del nuevo corredor estuvo a cargo de Cuadra Urbanismo, una consultora dedicada al urbanismo y fundada por Tania Libertad Zavala Marín, actual Directora de Movilidad y Transporte en el Ayuntamiento de Guadalajara, gobernado por el Partido Movimiento Ciudadano.
La funcionaria, que actualmente percibe un sueldo de más de 65 mil pesos mensuales según la nómina pública, ocupaba el puesto de Coordinadora de proyectos en Cuadra Urbanismo en el momento en el que Perímetro Propiedades contrató los servicios del despacho para el diseño y su socialización con los vecinos.
“Hacían juntas en el Roxy, nos dieron un tour por el inmueble y nos hablaron de los planes que había para la calle. Se notaba desde el principio el interés de los que traen el Roxy porque la zona aledaña este bonita para poder vender sus e ventos”cuenta Mayra, una de las vecinas que asistió a las reuniones de Cuadra Urbanismo.
A principios de 2017 se hizo público el proyecto y el ayuntamiento de Guadalajara comenzó a facilitar la obtención de permisos y licencias. Hugo Luna, entonces jefe del gabinete del ayuntamiento de Guadalajara, declaró al medio local El Informador: “Haremos la gestión necesaria para tener los fondos”.
Para finales de 2018, la obra ya estaba acabada y el Roxy, con meses de atraso en su construcción, aún no abría sus puertas. No obstante, al nuevo Paseo le faltaba algo para parecerse más al Distrito Cultural y menos a una calle del Centro: pintura.
El efecto inmobiliario
En la calle Mezquitán y sus inmediaciones, los vecinos tienen muchas precauciones para hablar y más si quien se acerca es joven, y más si apunta lo que observa en una libreta; peor si dice que quiere hablar de la calle y el Roxy.
A finales de 2018, con las obras de restauración recién terminadas, un grupo de encuestadores jóvenes comenzaron a tocar puerta por puerta. Eran los mismo que dos años antes habían recabado información para Cuadra Urbanismo, pero esta vez venían representado a Taller Ciudad A.C., una asociación civil de Taller México.
La misión era proponerles a los vecinos la última fase de la restauración. Pintar las fachadas desde Avenida Hidalgo hasta el parque de El Refugio y convertir a Mezquitán en una calle de colores pastel. A la propuesta se sumó una oferta: “¿Le interesaría vender su propiedad?”, les preguntaron a los vecinos.
“Los del Roxy dijeron que querían comprar. Que si vendía que les dijéramos. Venía gente a ver cómo le íbamos a hacer, que le íbamos a poner y todo eso, y en el momento dado toda esa gente platicaba lo mismo, si quieres vender tu casa nos dices y ya le decimos a la persona indicada que venga a ver si le interesa”, cuenta Pablo Muñoz.
Días después, un vídeo publicitario de Taller Ciudad A.C. apareció en redes sociales. El empresario inmobiliario Alejandro Serratos, vistiendo un delantal y un pantalón de cirquero, con la voz moderada y en tono condescendiente, lanzó una convocatoria llamada Camarada. Un festival de voluntariado con el su empresa se comprometía a restaurar y pintar las fachadas de las casas que formaban parte del nuevo Paseo Mezquitán, usando a personas voluntarias como mano de obra: “Esta es una oportunidad para todas las personas que queremos nuestra ciudad para hacer algo por ella, aunque sea chiquito”, precisó en el video.
Cuatro colores eran las opciones que ofreció Serratos a los vecinos. Los mismos cuatro del Roxy, los mismos de la oficina de Taller México, los mismos con los que Perímetro Propiedades pinta las casas que pone a la venta.
La zona se llenó de carteles que anunciaban la pintada. La cita era durante tres fines de semana. Con uno de esos letreros se topó Itzmalín Benítez en la tienda de la esquina de su casa. El joven de pelo largo se dejó convencer por la idea mejorar el barrio entre vecinos.
“Fui el primer día y estuvo extraño porque cuando platiqué con la gente con la que me tocó pintar me decían que habían llegado a ayudar a sus amigos. No había ningún vecino”, a éste también le contaron los voluntarios que al centro no iban mucho y que creían que era una buena acción pintar, porque la gente no visitaba el primer cuadro de la ciudad por descuidado.
“Parece ser que descuidado significa para ellos mala apariencia. Puede parecer que hay muchos malandrines”, comentó Itzmalín.
Para Carlos Olivares, urbanista de Taller México y organizador de Camarada, lo que buscaba el evento era mejorar las condiciones de seguridad de la calle tapando lo grafitis y limpiando la calle.
“Si llegas al Roxy y está la gente que se hace del baño en la calle (personas en situación de calle), la basura, como suciedad, grafiti y eso, no va de acorde a lo que se quiere con el Roxy”, puntualizó.
Los drones sobrevolaban, había cámaras por todos lados y las marcas de bebidas energizantes y refresco usaban a la calle Mezquitán para darse publicidad con sus carpas a media calle: “Parecía un gran promocional turístico. Comencé a sentir que una empresa se estaba elevando el cuello por una chamba que mucha gente estaba haciendo”, después de ese día Itzmalín ya no regresó al evento, aunque tocaba pintar afuera de su casa.
Semanas después otro vecino, Yeriel, alertó en una publicación de Facebook que Perímetro Propiedades había ofrecido en varias ocasiones a los vecinos comprar las propiedades que acababan de pintar. A través de las personas que habían gestionado con los vecinos los permisos para pintar las fachadas, la inmobiliaria comenzó a hacer ofertas y a recabar datos de los propietarios.
Desde esa alerta todo le hizo sentido a Itzmalín que sentado en la sala del departamento de Mezquitán, que logra pagar gracias a que subalquila uno de los cuartos en la aplicación Airbnb, concluye:
“Yo he notado una gran subida en los precios. He notado que mucha gente quiere vivir en el Centro. Pero, por un lado, hay muchos lugares abandonados y por el otro la especulación y la compra por partes de inmobiliarias”, y sentencia “Lo que va a pasar es la gentrificación.”
Abandonar para luego revender
Daniel Sorando y Álvaro Ardura, autores de First We Take Manhattan. La destrucción creativa de las ciudades, explican a la gentrificación como un proceso que implica el abandono de barrios populares por años por parte de los ayuntamientos, principalmente en los centros de las metrópolis; mismo abandono provoca que sean estigmatizados y, posteriormente, sean “regenerados”, “rehabilitados”, “renovados”, por parte de los mismos ayuntamientos y de inmobiliarias que se adueñan de sectores completos desplazando a los vecinos. Al final, todo queda mercantilizado para una clase pudiente.
El fenómeno social que nació en Europa y en los Estados Unidos, cada vez se hace más latinoamericano. Hoy ya es un viejo conocido de colonias como la Condesa en la Ciudad de México y la Americana en Guadalajara, donde Perímetro Propiedades y Taller México tienen sus oficinas.
En esas mismas oficinas, al interior de una casona colonial de colores pastel, Carlos Olivares en un esfuerzo por negar que la empresa para la que trabaja esté gentrificando el Centro de Guadalajara, argumenta:
“El tema de la gentrificación es un poquito complicado, porque no hay ninguna ley o norma que te prohíba hacer esto… El centro está muy abandonado por eso lo queremos revivir tomando como base la importancia patrimonial del Roxy… No hay una ofertar cultural como en la Americana, la Moderna o Lafayatte.”
Y agrega:
“No es que llegues y fuerces al vecino a que te venda, pero si hay alguna posibilidad de adquirir inmuebles, pues claro, no digo que no. Si cabe la posibilidad sí, porque Perímetro Propiedades es una inmobiliaria, y a eso se dedica, y si no es ella van a ser otros.”
En diversas ocasiones se intentó hablar con Alejandro Serratos, la cabeza de este proyecto; sin embargo, no aceptó la entrevista, ya que no desea ser cuestionado sobre el proyecto que desarrolla alrededor del Roxy.
El viejo Mezquitán
Antes de que se hablara de revivir Mezquitán, Ricardo Chávez ya habitaba la calle. Llegó en el 2001, enfermo y recién divorciado. Le había dejado todo a su exesposa y venía buscando un lugar que su bolsillo de policía auxiliar pudiera pagar. Sabía que varias casas en el sector se dedicaban a la renta de cuartos y en la primera que llegó a preguntar se quedó.
Cuatro paredes con una cama, dos regaderas y dos baños compartidos por dieciséis inquilinos, agua caliente, una cocina común y los servicios básicos. Un pequeño patio para agarrar aire, que además funciona como estacionamiento público. Lo mínimo necesario para descansar por mil trecientos cincuenta pesos mensuales.
Junto a él, vendedores ambulantes, pensionados, trabajadores de la calle, migrantes de los estados del sur de México y un maestro; todos encontraron en Mezquitán una opción de vida.
Así vivió hasta que la antigüedad le alcanzó para pedir una vieja bodega húmeda en el primero de los dos pisos del edificio. Le adaptó un baño y la adornó con santos cristianos y ángeles de la espiritualidad, una foto ampliada de Dubai para no olvidar su sueño de viajar a los Emiratos Árabes, y un viejo televisor que poco enciende para no tener que ver desgracias en el noticiero.
“Poder vivir aquí para mí es básico”, asegura Ricardo, mientras descansa su cuerpo robusto con la pierna izquierda extendida en la cama matrimonial que ocupa el centro de la improvisada habitación, repleta de libros que se apretujan en las orillas, la mayoría de autoayuda y budismo.
A sus 61 años padece dos enfermedades: codependencia y gonartrosis. La primera se la detectaron en uno de los grupos de autoayuda en los que milita; la segunda, le provocó su jubilación prematura.
En 2015, Ricardo era un miembro activo del Grupo 24 de la Policía Auxiliar de Jalisco, una corporación paraestatal de la Secretaría de Seguridad del Estado. Había acumulado veinte años de servicio, pero la fricción entre los huesos de su rodilla izquierda por el desgaste de los cartílagos lo condenó a una pensión de cuatro mil seiscientos pesos y a perder la posibilidad de volver a trabajar.
Con ese ingreso puede pagar la renta, comprar despensa, costear los transvales para su transporte y pagar una comida al día en una fonda de la calle Mezquitán, la cual desde la rehabilitación de la calle aumentó siete pesos. “Multiplícalo por todos los días”, reclama Ricardo.
La variedad de rutas de camiones que atraviesan el sector le permite trasladarse a los talleres del Centro de Atención y Desarrollo Integral a Pensionados en Zapopan y frecuentar los grupos de autoayuda Tragones Anónimos y Codependientes Anónimos. Así se comenzó a recuperarse del desempleo que, en sus palabras, fue un gran golpe.
El último regalo que recibió Ricardo fue un pequeño carrito eléctrico que tenía en desuso un amigo y que lo ayuda a moverse sin el bastón. Lo usa poco, tiene miedo de que lo vea el casero y le suba la renta creyendo que tiene dinero.
En su edificio, como en la gran mayoría de las casas que rentan cuartos en Mezquitán, todo está ocupado, no hay lugar. Desde que llegaron las obras de rehabilitación se rumora que su edificio será demolido para construir departamentos de lujo. Ricardo no lo sabe y los dueños de la propiedad no aceptan entrevistas. Aunque, como todo en la calle desde que la inmobiliaria Perímetro Propiedades compró el Roxy, sólo son especulaciones.
El precio de la nostalgia
A Mónica Correa la especulación le tocó a la puerta. Desde que en 2016 se anunció la compra del Roxy, la renta de la casa de Mezquitán donde vive comenzó a aumentar un 10% cada año como regla, cosa que en los seis años previos jamás le había sucedido. En poco más de dos años aumentó de cuatro mil quinientos a seis mil quinientos pesos.
La rehabilitación de la calle le dejó un saldo de casi doce meses de recibos de electricidad el triple de caros, los marcos de todas las puertas de su casa descuadrados por las vibraciones y unas inundaciones seguras en época de lluvias por la nueva banqueta a nivel de la calle: “¿En qué momento yo pagué la luz con la que se hicieron las obras?”, se pregunta.
Para ella, el proyecto de “recuperar” el Roxy no tiene nada que ver con lo que la vieja sala algún día fue. Ni Manu Chao, ni Radiohead, ni Fabulosos Cadillacs, ni Café Tacuba, reconocerían hoy aquel lugar oscuro en el que a empujones, patadas y codazos el público daba todo por acercarse al escenario.
Samia Said quien trabajó parte de su juventud para una empresa que organizaba los conciertos en el viejo cine, recuerda el lugar como uno de los pocos espacios para la música en Guadalajara de los años noventas:
“El Roxy era el lugar de rock, pero era un basurero que no aguantó mucho más, no por la falta de gente o conciertos, tocaron muchas bandas importantes, el rollo fue que estaba en tal grado de descuido que se acabó. Aunque estaba muy roñoso, era importante para cualquier artista que visitaba Guadalajara presentarse ahí, era una plaza fija para quién quería pegar.”
El sobrecupo no existía en Mezquitán. La calle era un hervidero de espectadores intransitable, donde se condensaba el ambiente con la venta clandestina de cerveza. La policía se acercaba poco, casi siempre a recoger su mordida.
La gente iba a tomar su caguama en la puerta y a estar ahí, aunque las paredes no dejaran escapar mucho el sonido. El encanto era encontrarse con los otros. Nadie hacia el esfuerzo por entrar, hasta que una banda reconocida llegaba al viejo galerón con peligro de derrumbe.
“Tú entrabas y aquello era un horno de marihuana, olía a kilómetros”, cuenta Samia mientras le llega la sonrisa del recuerdo.
Junto al Roxy, el boom del Disco Compacto (CD) le trazó a Mezquitán la fama de calle musical. Hoy todavía hay quien regresa buscando las tiendas de vinilos, playeras y CDs que a principio de siglo proliferaban.
Una de esas tiendas es el Submarino Amarillo, icono de la venta de música en la ciudad, que después de veinte años salió expulsada de Mezquitán por la falta de clientes y el auge de los discos piratas.
“¿Qué fue el Roxy? Era uno más entre menos lugares. Tuvo éxito porque no había opciones”, responde Leonardo, dueño del Submarino Amarillo en la puerta de su nuevo refugio en Pedro Moreno, una calle más transitada.
“No creas tú que hubo una grandeza, más bien es la añoranza de lo que pasó ahí hace algunos años. Puede haber quien compre esa idea, yo no”.
Mónica Correa, quien saltó al ritmo de Tijuana No, Rata Blanca y Los Cafres en el viejo Roxy, piensa que él nuevo proyecto está direccionado a gente joven que está enamorada de los noventas. Esos que no lo vivieron, pero que quieren y anhelan. Lamenta que el precio de la nostalgia lo paguen los vecinos como ella, que poco a poco, tendrán que desplazarse por el aumento de precios que está causando el proyecto inmobiliario Paseo Mezquitán.
Cuando escucha sobre Mezquitán, Nizaiá Cassián, doctora en Psicología Social y experta en analizar proyectos de regeneración urbana basados en las industrias culturales, concluye:
“Estos modelos rehabilitadores que parecieran ser una forma más democratizadora del espacio público se plantean para unas ciertas clases medias que han vivido en el occidente de la ciudad y que lo que hacen es un redescubrimiento del Centro a través una apropiación violenta de los espacios dónde ya había vida.”
Mientras, sin pensión ni retiro, pero con la fachada recién pintada, Pablo Muñoz ofrece su fruta a todo el que pasa con el ímpetu desesperado de quien se niega a dejar algo morir. Ahí, en la Guadalajara del Roxy, dónde las inmobiliarias mandan y el ayuntamiento obedece.