Por Iliana Viramontes / Xenia Consultores
¿Call center? claro, es un trabajo para jóvenes bilingües. Eso era lo que pensaba hace seis años. La sociedad tiene el poder de establecer los estereotipos culturales más irracionales y persistentes que impactan de manera avasalladora generacionalmente. Eso sucedió conmigo, tuve que estudiar el fenómeno migratorio desde un ente estatal, para comprender que el impacto de las deportaciones va más allá que solo el regreso del connacional a su lugar de origen, tuve que compaginar dos experiencias laborales contrastantes para entender lo que realmente representa una política pública integral en materia de migración.
A los 17 años comencé a trabajar en un call center. Para las personas como yo, un trabajo como este representa la oportunidad de practicar inglés y poder adecuar horarios que faciliten continuar con los estudios universitarios. Pero para muchas de las personas con las que trabajé el escenario era muy diferente, para algunas esa había sido su primera y única opción al regresar a México tras la deportación, ésto debido a que su inglés nativo satisface un requisito indispensable para laborar en lugar como el call center.
Durante los 6 años que trabajé en ese lugar tuve la oportunidad de que muchas de ellas se convirtieran en mis amigos, me gustaba pasar tiempo con ellos, desde sentarme a su lado al contestar llamadas para escuchar cómo le explicaban las cosas a los clientes, compartir tiempo libre dentro del trabajo, entre recesos y la hora de comida.
Para ser honesta, desde un inicio me intrigaron diversas situaciones, por ejemplo: no entendía porque les gustaba comerse las papas a la francesa con aderezo ranch o porque seguiamos hablando inglés al salir del trabajo, sin embargo; esas intrigas cambiaron y, eventualmente terminé siendo víctima del gusto por el ranch y las papas a la francesa. Pero nada de lo anterior me impactó tanto como escuchar sus historias, las cuales indistintamente giran en torno a diversos momentos: la travesía, la detención, el regreso y la adaptación .
La travesía
Pese a que no todos compartían el mismo trayecto ni el mismo momento, recuerdo que todos hacían alusión al cómo o cuántas veces habían intentado llegar a los Estados Unidos. Uno de ellos me contó que cruzó a los cuatro años con su mamá, hermana mayor y su hermano menor. Recuerda que llevaban mucho tiempo caminando y que su mamá no podía cargarlos a él y a su hermano, como iban en el grupo dos señores, les ayudaron y los tomaron en sus brazos; otros me contaron de sus primeros días de escuela en “el otro lado”. Uno de mis compañeros refería que se burlaban de él por llevar botas vaqueras, otro más por acudir a clases de regularización de inglés.
La detención
La mayoría de las personas que me contaron sobre cómo fueron detenidos, lo relatan como un suceso muy rápido e inesperado, nunca voy a olvidar cómo una de ellas me dijo: “I swear Yaya, I didn’t see that coming”. La vida en los centros de detención es dura, ésta se prolonga más en la medida que decides pelear el caso, podrías durar días o años. La familia del detenido tiene que depositar dinero para la compra de comida y otras cosas, si ellos están de manera irregular no pueden visitarte, esto pondría en riesgo su estancia en el país. Así que, es un familiar con papeles el que se encarga de ir y entregar las cartas que te envían.
Ya cuando la deportación era inminente, si vivían en algún estado fronterizo y el proceso se realizaba rápido podrías ser deportado en una semana o menos pero, si vivías en un estado más al norte era necesario esperar a que se formara un grupo de personas en la misma situación. Además no había forma de que tu familia supiera si ya te habian deportado, hasta que les llamabas una vez en México.
El regreso
En ocasiones solía ser imprudente, ese fue el caso hace aproximadamente cinco años, cuando en una reunión le pregunté a uno de mis amigos: oye, ¿qué pensaste cuando te deportaron? mi compañero suspiró y me dijo: “ I was waiting to get on the airplane when I looked around and thought, this is it, this is the last time I am seeing this”.
En otras ocasiones me contaron de cómo habían llegado a México, una vez en la frontera les llevaban al puente para cruzar, en ocasiones ya por la noche, ahí les entregaba un talón con información que no entendían y se daban instrucciones generales como: ir directo a comprar el boleto de camión a donde tengas familia, en caso de no ser así, ir directo al albergue donde pasarás la noche, compra un celular, no le hagas caso a nadie ya que pueden ser del crimen organizado.
La adaptación
El regreso no se limita a la llegada a la frontera, sino a los procesos de reintegración a México. Primero, se enfrentan al doble desconocimiento, el de ellos hacia México y el de México hacia ellos. Desde no poder comunicarse adecuadamente en español, no saber ante cuál autoridad realizar los trámites,sobretodo los referentes a educación. Después vienen otros temas, como el de la vivienda, muchos regresan solos o no tiene familia en la zona metropolitana de Guadalajara, por lo que, cumplir los requisitos para rentar una casa se puede dificultar.
Todo este proceso lo viven mientras luchan con el desprendimiento, la deportación es sin duda, una de las formas más agresivas de separación familiar. Un ejemplo es el caso de mi amigo, quien emigró con su mamá y hermanos; ninguno de los miembros de su familia contaba con documentos, por lo que en su proceso no tuvo la oportunidad siquiera de despedirse de ellos. No ganó su caso, fue deportado a los 18 años.
Imaginen el impacto emocional que esto tiene para un joven que a los cuatro años abandonó su país y que, después de catorce años regresa a un país que ni lo recuerda ni sabe qué hacer con él. Su núcleo familiar se quedó en Estados Unidos y por falta de documentos no pueden venir a visitarlo. No obtuvo el beneficio que programas posteriores a su deportación pudiesen haberle brindado.
Estas experiencias causaron un gran choque en mí, ya que, realmente admiro en muchos formas a las personas de las que ahora les escribo, especialmente siempre he pensado que tienen muchas habilidades que no han sido tomadas en cuenta y que, considerando el contexto de regreso de muchos de ellas, ¿Cómo iban a contemplar ir a la escuela cuando las instituciones correspondientes no conocían lo estudios? ¿Cómo van a considerar otro trabajo distinto a un call center si nadie ha reconocido sus habilidades además del inglés? ¿Cómo? Si ser una persona deportada es igual a ser invisible.
Las políticas de la invisibilidad
Esta invisibilidad de la que hablo se ve reflejada en los diferentes programas y estrategias implementadas por el gobierno a nivel federal y en algunos casos a nivel estatal. Fue hasta finales de 2007, cuando el gobierno federal instauró el “ programa de repatriación” por medio del cual se les proporciona una constancia de repatriación a todas aquellas personas deportadas, la cual sirve como comprobante de identidad en tanto la persona obtiene documentación complementaria.
Previo a ese programa no había existido ninguno en materia de deportaciones. En 1989 el gobierno federal creó el programa “Bienvenido Paisano”, un programa diseñado con base en un estereotipo, el del migrante que regresa en una camioneta cargada de artículos “gringos”, con sus hijos que no dominan el español y utilizan términos como “parkear” o “ te llamo para atrás” y con la característica de que podría ser un retorno temporal, es decir; de meses o solo una visita a las fiestas de su localidad o familiares. La carencia principal de este programa fue la incomprensión de que, aquellas personas migrantes que retornan por deportación.
En 2008, Estados Unidos caería en una crisis financiera, lo que llevaría a la especulación de un retorno masivo de mexicanos por la pérdida de empleos que la crisis traería consigo. Acto seguido, la Secretaria de Hacienda y Crédito Público anunció que en 2009 pondría en marcha el Programa “Fondo de Apoyo a Migrantes”, el cual constaba de apoyo económico para personas que había retornado o personas que reciben remesas para iniciar un proyecto productivo.
Era en los lineamientos de operación en donde se visibiliza de nuevo que no consideraba de manera explícita a aquellas personas que habían sido deportadas. No fue hasta 2014, cuando diferentes medios publicaron la nota de que Barack Obama era el presidente deportador fue que la deportación se volvió un tema de mediático, poco tiempo después se creó la Estrategia Somos Mexicanos ejecutada por el Instituto Nacional de Migración, la cual no solo se limita a proporcionar las constancias de repatriación, sino a elaborar un curriculum para incorporar a las personas al mercado laboral, además, de considerar a aquellas personas que regresan con la persona deportada, en especial a los hijos con inscripción de actas de nacimiento.
Aun así, esta estrategia sigue siendo insuficiente para atender la migración de retorno y deportaciones en nuestros país y entidades federativas. Pues no se han logrado formular políticas públicas, estrategias o programas exitosos para atender a dicha población. Esto debido a que una política integral debe enfocarse no sólo en atender a las personas deportadas, sino que tiene que dar un paso atrás y entender las necesidades de las mismas, las diferentes situaciones por las que pasan y sus contexto.
En muchas ocasiones la deportación en un suceso traumático para las personas que lo viven, por lo que necesita apoyo psicológico, un acompañamiento que vaya más allá de la constancia de repatriación, sino un proceso que les permita saber en dónde están, qué es lo que enfrentarán en esta nueva etapa, ya que el Instituto Nacional de Migración no cuenta con la información desagregada por municipios de las personas deportadas, ni con información que es indispensable para una atención de calidad. Es importante dar valor a sus habilidades y conocimientos adquiridos en Estados Unidos pero, sobretodo que se les entienda y trate como personas.
Hoy mientras escribo esta nota, no pude dejar de pensar en mis compañeros del call center, cada uno de sus rostros pasa por mi mente, sus historias no merecen ser minimizadas, me rehúso a pensar que esas vidas seguirán siendo reducidas a un esquema de repatriación y a una diadema para tomar llamadas. Me opongo a seguir viéndolos como “aquellos, los de los sueños rotos”, aquí en México esos sueños se traducen en derechos, y los derechos se tienen que hacer valer.