Texto y fotografías: Mario Marlo
Guadalajara, Jalisco.- “Cuando yo era pequeña, la Laguna era preciosa, bonita, transparente, había mucho pescado, pero de repente se fue haciendo oscura, negra, fea, sucia. La gente se comenzó a enfermar, se fue muriendo”, me dice Olga mientras nos sentamos en una banca en la entrada a urgencias del Centro Médico de Occidente donde Eduardito, su hijo de 13 años, se encuentra internado.
Con cara de incredulidad, Olga me cuenta: “dicen que es el agua, pero no creo que sea el agua, nosotros tomábamos agua de un pozo que tenía agua caliente, la llevábamos y la enfriábamos y nos la tomábamos. Yo consumí esa agua toda la vida, mi hijo la consumió hasta los ocho años, después empezamos a comprar agua de garrafón, fue cuando se enfermó”.
Eduardito, como le llama de cariño su mamá, es uno de los más de 500 niños y ñinas que viven en la comunidad de Agua Caliente en el municipio de Poncitlán, Jalisco. Agua Caliente es un poblado a la orilla del Lago de Chapala que cuenta con una población de más de 950 personas, el pueblo de los niños le llamo yo, debido a que más del 50% de los habitantes de esta comunidad, son menores de edad.
A Eduardo le diagnosticaron insuficiencia renal a los ocho años de edad, la misma enfermedad que mató a su hermanita de 10 años, Estrellita, quien murió en agosto del 2016 en el mismo hospital donde ahora él se encuentra internado. El cuerpo de Eduardito rechaza el riñón que su tía le donó.
“Le gustan mucho los aviones, le gusta jugar fútbol, pero no puede mucho, es muy alegre. Estudia la secundaria, aunque ahora no puede ir. Ahora está contento, dice que quiere que le siga funcionando su trasplante, que le va a echar muchas ganas”. Me platica Olga, sonriente.
Como muchos de los pobladores de Agua Caliente, Olga viaja de Guadalajara a su comunidad todos los fines de semana para visitar a sus otros cuatro hijos. “Las mujeres de Agua Caliente que vienen a Guadalajara trabajan en la limpieza de casas, los hombres trabajan en la obra, a los que bien les va”. Esta semana no podrá ir, no puede separarse de Eduardito. En su trabajo le dieron la semana para poder acompañar a su hijo, a quien le aplicaran un último tratamiento para que su riñón se recupere, si no lo logra, tendrá que someterlo a hemodiálisis.
Apurada porque a la una de la tarde tiene estar con Eduardito para darle de comer, Olga me explica: “de mi familia son ocho los que están enfermos de insuficiencia renal, dos ya murieron, cuatro están dializadas y Eduardo que fue trasplantado. No entiendo por qué pasa esto en el pueblo, dicen los doctores que no es hereditario, dicen que es el agua.”
Los olvidados
Agua Caliente, una agencia de Poncitlán, es un pueblo de 950 habitantes, más de 500 de ellos son niños y niñas. Un kilómetro y medio de terracería lo conecta con el siguiente poblado llamado San Pedro Itzicán. Parece un chorizo, me dice mi guía, debido a que solo tiene una calle que alberga más de 150 casas construidas a unos metros del Lago de Chapala.
A pesar de que esta población tiene una red de suministro de agua y se encuentra a solo unos metros del lago más grande de México, los pobladores no cuentan con agua potable, por lo que por años se abastecieron del agua de un pozo de agua termal con altos niveles de minerales dañinos para la salud.
Como respuesta a esto, el 30 de junio del 2017, la Comisión Estatal del Agua (CEA) informó que se había concluido la construcción de un pozo con un aforo de 25 litros por segundo que sería capaz de abastecer de agua a las poblaciones de Chalpicote, Agua Caliente y La Zapotera. De modo que el entonces Secretario de Desarrollo e Integración Social, Miguel Castro Reynoso -ahora candidato a Gobernador-; el alcalde de Poncitlán, Juan Carlos Montes Johnston, y personal de la CEA se comprometieron a que a finales del 2017 el pozo estaría funcionando; sin embargo esto no sucedió y hasta la fecha la población sigue sin agua.
El transporte público es otro de los problemas de la región, ya que la única forma de viajar al municipio es por medio de una camioneta particular que cobra 25 pesos y que realiza solo un viaje al día a Poncitlán. Los pobladores se dedican a la pesca y a la siembra del chayote, frijol y maíz, mientras que los más jóvenes trabajan en Guadalajara haciendo limpieza en casas y en la albañilería, regresando los fines de semana con sus familias. La comunidad no cuenta con hospital ni doctor y los niños solo pueden estudiar hasta la secundaria.
A principios de 2016, el doctor Felipe Lozano Kasten, del Centro Universitario de Ciencias de la Salud (CUCS), de la Universidad de Guadalajara (UdeG), apoyado de otras áreas de la universidad, inició un estudio en la comunidad de Agua Caliente, con el objetivo de descubrir el por qué los niños y las niñas de esta comunidad sufrían de insuficiencia renal.
Dentro de los primeros resultados que arrojó la investigación, descubrieron que de 400 exámenes realizados a niños y niñas de Agua Caliente, más de 320 de ellos dieron positivo a pesticidas en la orina como el molinato, dimetheotate, 2,4D, metoxuron, picloran y glifosato.
En el caso del aire, el doctor Lozano encontró que en la comunidad la concentración de partículas PM2.5 es hasta cinco veces más arriba que las que se respiran en la Ciudad de México, partículas de diámetro 100 veces más delgadas que un cabello y que son consideradas más dañinas ya que son capaces de atravesar el pulmón y llegar al riñón.
Otro de los resultados de su investigación fue que al menos el 60 por ciento de los niños y niñas del kinder de la comunidad tenían problemas de desnutrición, mientras que el 10 por ciento tenían desnutrición de tercer grado. Lo anterior se complicaba ya que la mayoría de los niños comían apenas una o dos veces al día. Dentro de su dieta se encuentra el pescado, y comida que se cocina con agua del lago, agua y pescado en el que investigadores de la UdeG habían encontrado altos niveles de mercurio, arsénico y tungsteno.
Como avance de la investigación, el doctor logró determinar que por lo menos 270 habitantes, todos niños y niñas de 4 a 10 años de edad, presentaban daño renal de algún grado. La orina de los niños y niñas registraba altas cantidades de mercurio, plomo y tugsteno, metales usados en la industria y que de alguna forma han llegado a la Ribera de Chapala causando la muerte a cientos de personas en los últimos años por insuficiencia renal.
Araceli
“Ya estoy en la lista de espera. Terminé mi protocolo, solo espero un cadáver para trasplantarme”, me dice Araceli. “Tengo cuatro años cumplidos, ya voy para cinco. Mi hermana María Isabel también está enferma; ella está terminando apenas sus estudios, mi esposo me iba a donar pero al último salió una bacteria y ya no pudo donarme”.
Araceli es prima de Olga, tía de Eduardito, nadie pensaría que apenas tiene 26 años. Sus ojos amarillos y su piel deshidratada muestran a una mujer de 40 años. Dos veces por semana tiene que viajar de Agua Caliente a Guadalajara para que le realicen su hemodiálisis. Como muchas de las personas de la comunidad, no tiene seguro médico, por lo que debe de pagar entre 800 pesos y 1 200 pesos cada vez que le hacen el tratamiento.
“El primer año de verdad sí caí en depresión. La verdad, no se lo deseo a nadie, porque es pesado y peor cuando te vas no tienes ni un cinco”, me cuenta mientras abraza a uno de sus cuatro hijos.
“Tengo cuatro niños, el primero tiene 11 años el segundo tiene 9 el otro 7 y el último tiene 5 años, lo que tengo enferma. Mi plan es tener un trasplante, estar bien y echarle todas las ganas del mundo. Hay que seguirle hasta donde Dios diga porque no nos queda de otra.”
Desde que nos sentamos, Araceli no ha dejado de sonreír. Le tomo una foto con sus hijos mientras grita a su perro: ¡Chucho! “Hasta los perros se enferman aquí”. Los enfermos en Agua Caliente son todos menores de 25 años, la mayoría de ellos niños de entre los 4 y 10 años, lo que coincide con la contaminación del lago y la instalación de las empresas asentadas en el Corredor Industrial El Salto y el Corredor industrial Toluca-Lerma, ambos conocidos por tirar sus desperdicios en el río Santiago y el río Lerma, ríos conectados con el Lago de Chapala.
La culpa es de quien permite que contaminen
“Sí sabemos quiénes somos los responsables de la contaminación, somos todos, pero principalmente los que permiten que haya contaminación”, explicó el doctor Lozano a estudiantes de la UdeG en una entrevista.
“Este país tiene normas, leyes, políticas públicas para controlar la contaminación, pero no se hace, porque no nos preguntamos por qué las empresas pueden contaminar el río Lerma, el río Santiago, desde el Estado de México hasta acá”.
Porque hay un modelo económico que está por arriba del modelo ambiental, y quien debería cuidar de que no se haga son los políticos, los gobernadores. Las empresas contaminan porque se les permite y porque no tienen compromiso con el medio ambiente ni con la población.
Los datos encontrados en la investigación del doctor Lozano, a la que aún le faltan muchos años más para concluir, revelan que la contaminación del agua, la desnutrición, la pobreza, la incomunicación de la comunidad, la falta de educación, la falta de políticas públicas acertadas, la corrupción, la irresponsabilidad de los políticos, la exclusión social entre muchos otras, son las causantes de que niños y niñas orinen mercurio y tungsteno y de que cientos de personas estén muriendo por esta enfermedad.
“En el fondo lo que está ocasionando la enfermedad es la exclusión social, no tienen una buena calidad de servicios, no tienen una buena alimentación, no tienen comunicación con el municipio, se han quedado en un medio ambiente enfermo y, por lo tanto, medios ambientes enfermos generan enfermos.”
Hasta el momento no es posible vislumbrar una solución inmediata para la comunidad de Agua Caliente; sin embargo, es necesario tener en cuenta que “los estudios de medio ambiente sobre la salud humana tienen dos características: son de largo plazo y son muy costosos, pero los políticos quieren resultados mañana (…) para saber cuál es la causa, primero hay que resolver la marginación, no solo darle una pastilla.”
Los pueblos se organizan
Son las dos de la tarde y el suelo de la Plaza de Armas en Guadalajara hierve, alrededor de 40 personas intentan conseguir un poco de sombra de los pocos árboles que aún sobreviven en esta plaza.
A unos metros de la entrada principal del Palacio de Gobierno de Jalisco, se encuentra una caja funeraria azul, sobre ella un pequeño ramo de flores y seis botellas con agua. “Es el agua del lago que está matando a nuestros hijos”, me dice un poblador de Agua Caliente quien junto con un pequeño contingente de Mezcala y San Pedro Itzicán llevan casi cinco horas esperando que un representante del gobierno de Jalisco los reciba.
Los pobladores cargaron la caja desde una de sus comunidades con la intención de que las autoridades se alarmaran y accedieran hablar con ellos. “La caja es la representación de todos nuestros muertitos, un símbolo de la desgracia que azota nuestros pueblos”, me dice un habitante de Agua Caliente, tío de un joven que hace una semana murió a causa de la enfermedad renal que sufría desde más de cinco años.
Un representante del Palacio de Gobierno les avisa que tendrán que esperar una hora más porque no hay quien los atienda. “Imagínese, periodistas y gente de otros países viajan para conocer lo que pasa en nuestras comunidades y aquí el gobierno como sin nada. Gente de otros países están alertados por lo grave de la Laguna y aquí las autoridades como sin nada”. Me explica don Enrique Lira, representante del Foro Socioambiental quien desde hace años acompaña a los pobladores afectados de la Rivera de Chapala.
Desde hace años los Familiares, enfermos y pobladores de Mezcala, San Pedro Itzicán y Agua Caliente se encuentran decididos a organizarse para exigir a las autoridades que tomen cartas en el asunto y comiencen a realizar las acciones necesarias para combatir la epidemia que los está matando.
Por medio de oficios, manifestaciones y reuniones desde el Cardenal de Jalisco hasta con autoridades de la CONAGUA, un colectivo de ribereños ha decidido no seguir permitiendo que sus hijos e hijas mueran a causa de la ineficacia y falta de sensibilidad de las autoridades. “Es una burla, que por vivir a centímetros del Lago más grande de México nuestro pueblo este muriendo.”